En los albores del siglo XV uno de los capitulares del Cabildo Catedralicio Hispalense propuso: “Hagamos una iglesia tal, que los que la viesen labrada nos tengan por locos”. Aquella magna edificación se hizo con tal grandeza y derroche de arte y riqueza que está declarada como Patrimonio de la Humanidad y es el tercer templo católico más grande del mundo. La Catedral de Sevilla es, ante todo, la casa de Dios, un templo gigantesco producto de la locura de un Cabildo y el resultado del generoso esfuerzo de generaciones seculares, tanto en el aspecto religioso, económico, artístico como cultural de un pueblo. Y se hizo, no porque aquellos capitulares estuvieran locos sino porque verdaderamente sabían lo que querían.
La historia de nuestras singulares cofradías también está llena de excepcionales locuras. Porque también muchos cofrades, en el devenir histórico de las cofradías, han sido tomados por locos, por ejemplo quienes con loables esfuerzos y escasos medios levantaron capillas e iglesias, templos cristianos, con el único fin de hacer de ellos un lugar de culto y oración a la mayor gloria de Dios. Tampoco estuvieron locos todos esos cofrades que han hecho de su vida una consagración plena a su cofradía. No están locos aquellos que, contra vientos y mareas, han situado a sus hermandades en un lugar destacado del testimonio auténtico de la fe popular. Y menos aún padecían locura los que desde siglos entendieron que el ser cofrade es un buen camino para llegar a Dios. Ninguno, ninguno de ellos estaban locos porque en los más íntimo de su ser tenían el convencimiento, en pleno uso de razón, de saber lo que querían.
Hay que proclamar, una vez más, que la locura no es lo que identifica al cofrade, si entendemos por loco aquel que ha perdido la razón. La razón del cofrade la avala cerca de seis siglos de historia, en los que las cofradías han ido demostrando que si existían era precisamente porque tenían razón de vida.
Cada año, el Domingo de Ramos vuelve a ser el inicio de una locura, pero una locura de fe y devoción, una locura por gracia de unos cofrades que siguen sabiendo lo que quieren. Cristo vuelve a salir a la calle no para ser aplaudido o aclamado, ni para ser coronado de espinas o despreciado, ni siquiera para morir junto a su Madre. Cristo sale a las calles para vestir una túnica blanca, la que identificaba a los locos, y para decir al mundo entero que su pasión fue aceptada porque sabía lo que quería, lo que en la mente humana solo es comprensible en los locos, sacrificar su propia vida por la salvación de los demás.
Los cofrades, porque sabemos lo que queremos, empezamos a vivir infinidad de sensaciones que siendo verdad parecen mentiras y echaremos a andar los “pasos” de nuestras cofradías como el que abre de nuevo, año tras año, el Evangelio, dando vida a un acontecimiento tan grande para la historia de la humanidad que sin las cofradías hoy no sería tan elocuentemente recordado.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 20 de marzo y al día siguiente en VIVA JEREZ ).
Nuestro Padre Jesús del Prendimiento en el año 2005, con túnica blanca, formando parte de la procesión extraordinaria celebrada dentro del congreso nacional de cofradías celebrado en Jerez |