“Había
pasado todo un año desde aquellas primeras palabras del Cristo en el corazón de
aquel joven vecino del barrio y una mañana se encontró con que ya era Semana
Santa, el Domingo de Ramos llamó a su puerta y los días grandes comenzaron a
vivirse intensamente. Pasó una semana
intensa de emociones cofrades y por fin llegó el día, ya era de nuevo Viernes
Santo. A la hora prevista las puertas de la ermita se abrieron, el reguero de
nazarenos negros fueron tomando la calle y los pasos se alzaron.
En
medio del cortejo penitencial, con cirio, nuestro protagonista bajo el silencio
de su antifaz se predispuso a vivir intensamente su primera estación
penitencial y sobre todo, en la intimidad de la túnica, quiso vivir momentos
intensos donde poder hablar con Dios. A ese Dios crucificado en una cruz de
plata que, un año más, hablaría a cuantos
se irían acercando a Él en todas esas calles que ya se disponía a recorrer.
Desde
el momento en el que se colocó el antifaz y ajustó el capirote sobre su
frente, ya empezó a sentir algo distinto
y especial, es como si Cristo caminara ya valiente y decididamente, pero no
solo entre reguero de miradas de personas que estaban expectante para ver su salida sino que caminaba ya por los
senderos ocultos, misteriosos, de su interior, en los que quizás ni siquiera él
había pisado antes con tanta fuerza, con tan irresistible imperio. Cristo, el
Cristo, antes de que se levantara sus andas, ya empezó a hablarle, a decirle
cosas.
El
cortejo se puso en marcha y cuando el Cristo salió a la calle, alrededor del
crucificado una multitud que llenaba la plaza, cientos de espectadores que
formaban el escenario donde el divino Jesús estaba a punto de morir. Cristo, en su hora final estaba ya
en la calle y, lo hacía como hace ahora más de dos mil años cuando a pesar de
haber guardado silencio desde su último diálogo con el gobernador romano, ahora
desde la altura de la cruz va a abrir su boca, de la que durante años salieron
palabras de vida.
Tendría
que ahorrar palabras —escribe en su “Vida y Misterio de Jesús de Nazaret” el Padre Martín Descalzo— porque ya no le
quedaba mucho aliento pero las que dijera tendrían que ser verdaderamente
palabras sustanciales, su testamento para la humanidad, palabras como carbones
encendidos que no pudieran apagarse jamás y en las que permaneciera no sólo su
pensamiento, sino su alma entera, el sentido de cuanto era y de cuanto había
venido a hacer en este mundo, el último y el mejor tesoro de su vida y de su
muerte”.
Con
estas palabras inicié mi Evocación de las siete palabras de Cristo en la cruz
del pasado sábado 17 de marzo en la iglesia de San Francisco.
Llega
una nueva Semana Santa y después de tantos siglos de aquellos instantes que
cambiaron la historia, para los que viven la Semana Santa desde el prisma de la
fe, Cristo sigue hablando y habla donde hay caridad y amor, en la salud y en la
enfermedad, en la alegría y en la tristeza, en cuantos hacen de las palabras de
Cristo su bandera en el mundo. Habrá estos días que abrir bien los oídos, nunca
sabemos en qué momento podemos sentir llamadas que nos hagan comprender la
Verdad de todo esto.
(Artículo que publiqué el pasado Domingo de Ramos, 25 de marzo de 2018, en INFORMACIÓN JEREZ)
Fotografía del ayer del Santísimo Cristo de la Expiración. Arriba imagen del Cristo de la Sed . |