Debido al ambiente tan
complicado que se vive en Cataluña y más
concretamente en la capital barcelonesa muchos catalanes han optado por
quitarse de en medio y buscar, al igual que vienen haciendo muchas de las
empresas que allí se establecieron, otros lugares donde poder vivir tranquilos
sin la presión independentista y menos aún sin la violencia que lamentablemente
hemos visto estos días.
Entre Jerez y Cataluña ha
existido desde siempre una relación fraternal, muchos jerezanos marcharon allí
para buscarse el pan y la estabilidad, los mismos que tras finalizar su vida
laboral volvieron a su tierra jerezana dejando un trocito de su corazón en aquella
región del norte de España. El apellido Catalán aparece en Jerez desde la
reconquista y el nombre de Catalanes figura en el callejero jerezano desde 1752,
concretamente en la pequeña callejuela que, junto al edificio de la ONCE, tiene
su entrada por la popular calle Porvera.
Algunos jerezanos ilustres vivieron
sus últimos días en Barcelona como el aviador Juan Manuel Durán González,
tripulante del Plus Ultra, hidroavión que realizó el primer vuelo trasatlántico
de la historia; o el almirante Rafael Fernández de Bobadilla y Ragel, pionero
de la navegación submarina en España. Catalán de nacimiento era Adolfo Rodríguez de Rivero recordado
archivero, bibliotecario e historiador jerezano. Jerezano fue Fray Domingo
Canubio que siendo obispo de Segorbe (Valencia) fue propuesto para arzobispo de
Barcelona, cargo que, por su sencillez y humildad, no aceptó. Siendo capitán
general de Cataluña nuestro paisano Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, ante la
dramática situación política y social en la que estaba sumida la nación
española fue llamado por el Rey Alfonso XIII para, tras consultar a su
gabinete, encargarle la formación de un gobierno que pusiera orden y estabilidad,
nombramiento que contó en un principio con la aprobación de las Cortes
Generales y de la inmensa mayoría de la población. Son algunos ejemplos de esa
histórica relación de Jerez con Cataluña, una relación que también encontró
caldo de cultivo en el negocio del vino.
Joaquín Luna en un artículo publicado hace un par de
años en La Vanguardia de Barcelona titulado Un
catalán en Jerez y después de contar algunas experiencias vividas aquí
llegaba a la siguiente conclusión : “He estado 72 horas en Jerez de la Frontera. ¡Qué gente! ¡Qué cosas ve uno!
¡Qué manera de vivir! Yo les cuento el panorama y juzgan. La gente de Jerez de la Frontera no es rara, es rarísima. Llega la feria y
se visten de señoritos, pero no de señoritos de Sevilla con sus casetas
infranqueables. No, aquí son hospitalarios y te dejan entrar libremente, digo
yo que para dar envidia. –Catalán, baila una sevillana...Y encima, eso. Primero
los jerezanos –y las jerezanas– hacen lo que les da la gana, le sueltan un euro
al pobre en lugar de un discurso sobre la regeneración moral, disfrutan de las
terrazas sin temor a ordenanzas municipales que enorgullecerían a don Miguel
Primo de Rivera y terminan contando a la hora de bailar. Que si el paso dos,
que si el paso tres...Jerez nunca será Copenhague”. Afortunadamente, porque Jerez siempre será Jerez con
su forma de vivir y con sus virtudes y sus rarezas, porque los de aquí seguimos orgullosos de ser como
somos, un rincón singular de España, la gran nación que nos une a todos los
españoles, también, por tanto, a los catalanes.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 20 de octubre de 2019 y al día siguiente en VIVA JEREZ)
La angosta calle Catalanes en una fotografía del ayer. |