viernes, 27 de marzo de 2020

LA CLAUSURA


           
 
 

         La clausura siempre se ha visto como algo extraño, algo contrario al mundo actual del stress, de las relaciones sociales y del consumismo. Hasta ahora la clausura iba asociada a esa vida que imaginábamos más allá de tornos, locutorios y rejas. Tornos por donde, como decía el profesor Morales Padrón, se escapan voces incorpóreas y prisioneras, y a través de los cuales llegan dulces mensajes reposteriles. Locutorios y rejas por la que se filtra la visión de salas en las que se adivinan obras de arte que sirven de fondo a figuras de monjiles dueñas de voces ya corporeizadas. Sensaciones que muchos jerezanos hemos experimentados cada vez que nos acercamos al misterio de un torno, viejo y chirriante, o silencioso y con brillo de barnices monjiles; todo ello tras pulsar un timbre o tirar de la cadena que hace sonar una campanilla, donde la hermana tornera nos abrirá esa ventana giratoria hacia ese mundo de la clausura y nos permitirá respirar ese aire que viene del interior y tanto nos subyuga.

            Esos espacios, fuera del bullicio y del apresuramiento de la vida urbana contemporánea, como pequeñas islas de paz y sosiego, son un remanso silencioso ante el ajetreo diario de las ciudades. La clausura no solo ha mantenido tesoros materiales también otros que ahora, por cuestiones de salud, se nos están haciendo presentes. Conventos de clausura como Santa María de Gracia, Clarisas de la calle Barja, las populares Reparadoras o las Mínimas junto a San Marcos son pulmones espirituales para éste Jerez donde, hasta hora, la clausura era algo de otro mundo.

            La clausura, a veces, nos depara sorpresas, otra forma de vida. El vivir en comunidad, el respeto a normas y reglas, una adecuada organización, momentos para el trabajo y el ocio, ratos íntimos y otros de vida en común. El confinamiento que estamos padeciendo para frenar la expansión del coronavirus nos ha hecho valorar la clausura. No nos queda más remedio que sacarle el lado positivo para hacer más llevadero éste periodo de reclusión. Son muchos los whassapp que llegan estos días hablándonos de lo que está aportando la obligada clausura: la importancia de dedicar más tiempo a disfrutar de la familia, de contactar con nuestros vecinos aunque solo sea una vez al día para aplaudir, la necesidad de ejercitar nuestro cuerpo y huir del  sedentarismo,  de acordarse de Dios y de los que velan por nosotros, de organizarse sin prisas y marcarnos objetivos nosotros mismos sin tener que depender de los demás, de ser disciplinados y anteponer el bien común por encima de intereses o gustos personales.

            Para las monjas de clausura nada de esto es nuevo, ellas saben bien de aislamiento, de libertad interior, de vivir el propio mundo de cada uno, de darle cabida a la creatividad, de la búsqueda de la alegría, de convivencia aceptando a los demás, de vivir y dejar vivir, de aprovechar el tiempo y canalizar nuestras energías, de reflexionar y plantearse nuevos retos, de exprimir todo lo que se pueda éste periodo para que haya sido un tiempo provechoso de cara al futuro, para que cuando todo pase, afrontar la vida con nuevos bríos e ilusiones, satisfecho por todo el jugo que le hemos sacado a éste tiempo de confinamiento.   La clausura ha conseguido crear un espacio de libertad para vivir serenamente, sin interferencias de todo lo que en el exterior contamina. Aprovechémosla.
 
             (Artículo que publiqué en la edición digital de INFORMACIÓN JEREZ el pasado lunes 23 de marzo de 2020)
 
Fotografía retrospectiva del compás de acceso a la clausura del convento de Santa María de Gracia de Jerez.
 

miércoles, 18 de marzo de 2020

DISCIPLINA SOCIAL




           Decía Abraham Lincoln que no se puede escapar de la responsabilidad del mañana evadiéndola hoy. Es lo que debe hacer toda la sociedad, ser responsable, ante las recomendaciones de la autoridad frente a la pandemia del coronavirus que nos azota. Ser responsable actuando con disciplina social tal como ha pedido el presidente del gobierno.

            La disciplina es la gran fuerza reguladora de la sociedad. Se define como el acatamiento cotidiano al conjunto de reglas para mantener el orden y la subordinación a las normas. La disciplina reúne múltiples valores. Significa entrega al logro de las metas propuestas, continuidad y exigencia. Como virtud, la disciplina es individual. Pero siempre tiene una proyección en lo colectivo. Es la adhesión a normas que garanticen el bien común. Y la disciplina social, en estos momentos, obliga a quedarse en casa para frenar la expansión de ese virus que tanto daño está ocasionando en el mundo. Y en ese reto, porque también son del pueblo y de la sociedad, se han sumado las cofradías. En pleno apogeo de actos cuaresmales la mayoría de las cofradías no han dudado en suspenderlo todo con el fin de preservar al pueblo del riesgo que supone el contacto humano, hubiese sido una contradicción convocar a cultos y otras actividades mientras que las autoridades sanitarias solicitan, como medida más eficaz, el no moverse de casa.

            Y es que las hermandades y cofradías han sido y siguen siendo, como sostiene el profesor Escalera Reyes, marcos para la expresión y el desarrollo de la sociabilidad y la interacción social generalizada. El antropólogo Isidoro Moreno, por su parte, remarca aún más esta idea afirmando que lo sustantivo de las hermandades y cofradías es, precisamente, ser una asociación, un contexto donde se da la sociabilidad, un reflejo de la sociedad. Esa condición social está unida a la propia esencia cofrade por lo que todo lo que afecte a la sociedad también le afecta a ellas y, como parte de las mismas, siempre han estado dispuestas a dar respuestas ante desafíos y contratiempos.

            Esa disciplina social le ha llevado a cumplir con cuantas recomendaciones han ido llegando para combatir la enfermedad, anteponiéndose incluso a los fines religiosos de las misma ya que son instituciones seguidoras del Evangelio de Cristo. El cristianismo es ante todo eso, la preocupación activa por el otro y de ello se deriva toda la ética, doctrina, liturgia, etc. cristianas. La fe es lo que debe llevar a pensar, sentir y actuar desde el lado de las víctimas, de los enfermos, de los que pueden verse afectados por el mal, porque esto es lo que vivió y enseñó Cristo.

            Y si en ese anteponer el bien de los demás hay que tomar medidas drásticas como suprimir algo tan arraigado en el sentimiento popular y a la religiosidad y cultura de nuestro pueblo como son las procesiones, así se ha hecho. No será la primera vez que en Jerez, como en otras ciudades, se celebra la Semana Santa sin procesiones. Todo sea por esa disciplina social que nos compromete a frenar, cuanto antes, los efectos de ese virus que ha venido para recordarnos que la salud es una prioridad. Evitar su propagación, ayudando a los que se sienten más frágiles, para todo cristiano y los cofrades lo son, es un mandato: " Cuando dejasteis de hacer con uno de estos (hambrientos, sedientos, enfermos...) también conmigo dejasteis de hacerlo”.
 
              (Artículo que publiqué en VIVA JEREZ el pasado lunes 16 de marzo de 2020)
 
Libro de Antonio de la Rosa donde se narra la Semana Santa de Jerez en los convulsos años de la II República.
En cuyo periodo histórico hubo varios años en los que dejaron de procesionar las cofradías jerezanas.
 

           

jueves, 13 de febrero de 2020

UN SOLAR CON HISTORIA




El Ayuntamiento jerezano acaba de dar luz verde a la construcción de pisos en el solar de la antigua sede del Obispado de Asidonia-Jerez en la calle Eguiluz.

Esta céntrica calle que une dos plazas emblemáticas y hermosas de la ciudad, como son  el Mamelón y la plaza Aladro, lleva desde 1852 el nombre de aquel alcalde, José de Eguiluz, que tanto luchó para la urbanización y embellecimiento de la ciudad. Cuentan que en abril de 1787 José de Eguiluz toma el cargo de Corregidor de Jerez y, desde comienzos de su mandato, deja clara su voluntad de que hubiese escuelas, caminos  y paseos, de acuerdo con el espíritu ilustrado de la época. Las primeras iniciativas en materia de urbanismo e higiene no se hicieron esperar; al año siguiente ya hay proyectos de limpieza y adecentamiento de los solares próximos al Alcázar y del camino de entrada a Jerez desde "los Puertos" y a ésta primera actuación le siguieron otras muchas de mejoras en aquel Jerez de finales del siglo XVIII y principios del XIX.

La calle estaba antes rotulada como la del Molino del Judío, por aquella leyenda que cuenta como en la esquina de la calle Zaragoza con la de Santa Rosa, en la zona conocida como las Atarazanas, existió una antigua posada, puede que hasta con su molino interior. De aquel mesón era dueño un judío, descendiente de aquellos otros que un día poblaron la cercana judería jerezana, el cual terminó sus días ajusticiado por la ley, acusado del asesinato del amante de su hija que apareció descuartizado en el fondo de un pozo.

La  antigua calle Molino del Judío fue en el siglo XVIII ennobleciéndose con grandes casonas y sus correspondientes bodegas. Con el paso de los años uno de esos palacetes, concretamente el que ostentaba el número 8, es adquirido por Francisco Ivison Ó´Neale, reputado químico que impulsó con éxito el desarrollo enológico del vino y el brandy de Jerez, quien en 1880 realizó el primer embarque de brandy embotellado en origen bajo la denominación 'La Marque Speciale'. Francisco Ivison instaló en aquella casa, en una de las salas, su gran laboratorio y en otra su valiosa colección de porcelana china. A su fallecimiento, hereda la casa Mariana Ivison y Sánchez-Romate, siendo ella quien lo vendiera en los años 60 del pasado siglo XX al arzobispado hispalense para sede de la vicaría del entonces obispo auxiliar de Sevilla y vicario de Jerez Monseñor José María Cirarda Lachiondo.

Aquel antiguo palacete, de noble fachada de piedra y suntuosa decoración interior, fue derribado  para levantar un funcional edificio, obra del arquitecto Fernando de la Cuadra, que sirvió como sede del Obispado de Asidonia-Jerez hasta su traslado en 2005 al palacio de Bertemati. En 2007 el edificio de Fernando de la Cuadra fue derribado para dejar un desolado solar  abandonado durante años.

Ahora será un nuevo edificio, acorde con los tiempos que vivimos. Un edificio que se anuncia como de 5 estrellas, con viviendas que responden a los más altos estándares de calidad y exclusividad. 27 pisos de obra nueva de 2, 3 y 4 dormitorios, garaje, trastero, piscina en la azotea, amplio patio de uso privado y un espacio extra para disfrute de sus inquilinos. Un lujo muy distinto al que tuvo aquel palacete que se edificó en un solar que ahora abre un nuevo capítulo de su historia. 
(Artículo que publiqué en VIVA JEREZ  el pasado lunes 10 de febrero de 2020)
 
 
Artículo sobre D. Francisco Yvison y O´Neale