martes, 9 de julio de 2013

PACO BAZÁN


 
Compartimos años escolares en La Salle de la Alameda Cristina, entre bolitas de caramelo del Hermano Juan, excursiones al campo de San Benito y barritas de regaliz que vendía Ana en su pequeña tienda junto a los servicios y la clase de párvulos de don Gervasio. Fuimos forjados en el espíritu lasaliano del orden y los buenos modales, del respeto a nuestros profesores, del compañerismo y los valores cristianos. Unos años después, ya en el bachillerato y en el colegio de la calle Antona de Dios, fuimos compañeros de clase donde seguimos compartiendo las enseñanzas sabias de religiosos lasalianos como los Hermanos Severino, Primitivo, Crescencio y tantos otros, y donde conoció a María, con la que luego formaría su familia y con la que la vida le reportaría tantos momentos buenos y otros tan dolorosos como la pérdida su ejemplar hija Patricia. Luego cada uno cogimos caminos distintos y, al cabo de los años, nos volvimos a encontrar, el mundo del arte y las cofradías nos volvió a unir, largas charlas sobre cuestiones artísticas y  semanasanteras nos hizo ver cuántas afinidades compartíamos.

Cuando me enteré de su enfermedad lo llamé para darle ánimo y fuerzas, sus comentarios me confirmó lo que yo ya sabía, que Paco era un hombre de fe, un hombre capaz de llevar su cruz con entereza, de engrandecerse ante la adversidad y afrontar el futuro siempre con esperanza.  Tras un largo periodo de tratamientos, un mañana lo vi paseando por la calle Larga, era uno de esos días de invierno con un sol que se apetece y de una luz brillante, me saludó, le pregunté por su estado y me contestó; “disfrutando de esto, no sabes lo que supone para mi ver a las gentes pasar, el verde de los naranjos, el cielo de Jerez, saludar, en definitiva disfrutar de la vida”. Me impactó aquello y me quedé con él un buen rato hablando de lo divino y de lo humano, recreándome de ese Jerez tan vivo y lleno de luz que solo somos capaces de valorar cuando la vida nos pone por delante pruebas tan duras como tuvo que afrontar el bueno de Paco Bazán.

Hoy en aquellas palabras sigo viendo a la grandeza del restaurador, al hombre que buscaba esa luz y ese esplendor que el tiempo ensucia y estropea, al cofrade que quiso siempre eliminar de xilófagos y otros insectos que carcomen las esencias más puras de nuestras Hermandades, al padre de familia que luchó por restaurar la felicidad de un hogar tocado por el dolor de la pérdida, al Hermano Mayor que vistió el hábito nazareno hasta el último momento, al compañero que supo restaurar un amistad que no se pierde con el tiempo porque debajo de capas superfluas siempre está lo que verdaderamente tiene valor.          

Paco murió sobre las tres de la tarde, la hora que marcó la historia, en un día de San Pedro, el santo de las llaves del cielo, y en San Lucas revolotearon  los versos de Pepillo dedicados al Señor de la Salud mientras una Junta de Gobierno, cofrades cirineos, lo portaban sobre sus hombros: “ ... Desesperadamente quisiste levantar la rota frente que bajo el peso de la cruz, yacía. El sayón apremió. Ya no podías. Las fuerzas te faltaban y un valiente cirineo, labrador, fue el penitente que cargó el palo que Tu espalda hendía. Amaneció la luz sobre Judea; a tres horas quedaban los temblores y el velo ya se estaba desgarrando. En su mirra pensaba Arimatea y Tu Salud clamaba entre Dolores porque todo se fuera terminando”.
 
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado domingo 7 de julio de 2013 y ayer en VIVA JEREZ)
 
Grupo de alumnos de D. Manuel Diosdado en el colegio La Salle de la Alameda Cristina a finales de la década de los sesenta del pasado siglo. Entre los cuales vemos a Paco Bazán señalado con una flecha.
 

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