Compartimos
años escolares en La Salle de la Alameda Cristina, entre bolitas de caramelo
del Hermano Juan, excursiones al campo de San Benito y barritas de regaliz que
vendía Ana en su pequeña tienda junto a los servicios y la clase de párvulos de
don Gervasio. Fuimos forjados en el espíritu lasaliano del orden y los buenos
modales, del respeto a nuestros profesores, del compañerismo y los valores
cristianos. Unos años después, ya en el bachillerato y en el colegio de la
calle Antona de Dios, fuimos compañeros de clase donde seguimos compartiendo
las enseñanzas sabias de religiosos lasalianos como los Hermanos Severino,
Primitivo, Crescencio y tantos otros, y donde conoció a María, con la que luego
formaría su familia y con la que la vida le reportaría tantos momentos buenos y
otros tan dolorosos como la pérdida su ejemplar hija Patricia. Luego cada uno
cogimos caminos distintos y, al cabo de los años, nos volvimos a encontrar, el
mundo del arte y las cofradías nos volvió a unir, largas charlas sobre cuestiones
artísticas y semanasanteras nos hizo ver
cuántas afinidades compartíamos.
Cuando
me enteré de su enfermedad lo llamé para darle ánimo y fuerzas, sus comentarios
me confirmó lo que yo ya sabía, que Paco era un hombre de fe, un hombre capaz
de llevar su cruz con entereza, de engrandecerse ante la adversidad y afrontar
el futuro siempre con esperanza. Tras un
largo periodo de tratamientos, un mañana lo vi paseando por la calle Larga, era
uno de esos días de invierno con un sol que se apetece y de una luz brillante,
me saludó, le pregunté por su estado y me contestó; “disfrutando de esto, no
sabes lo que supone para mi ver a las gentes pasar, el verde de los naranjos,
el cielo de Jerez, saludar, en definitiva disfrutar de la vida”. Me impactó
aquello y me quedé con él un buen rato hablando de lo divino y de lo humano,
recreándome de ese Jerez tan vivo y lleno de luz que solo somos capaces de
valorar cuando la vida nos pone por delante pruebas tan duras como tuvo que
afrontar el bueno de Paco Bazán.
Hoy
en aquellas palabras sigo viendo a la grandeza del restaurador, al hombre que
buscaba esa luz y ese esplendor que el tiempo ensucia y estropea, al cofrade
que quiso siempre eliminar de xilófagos y otros insectos que carcomen las
esencias más puras de nuestras Hermandades, al padre de familia que luchó por
restaurar la felicidad de un hogar tocado por el dolor de la pérdida, al
Hermano Mayor que vistió el hábito nazareno hasta el último momento, al
compañero que supo restaurar un amistad que no se pierde con el tiempo porque
debajo de capas superfluas siempre está lo que verdaderamente tiene valor.
Paco
murió sobre las tres de la tarde, la hora que marcó la historia, en un día de
San Pedro, el santo de las llaves del cielo, y en San Lucas revolotearon los versos de Pepillo dedicados al Señor de la
Salud mientras una Junta de Gobierno, cofrades cirineos, lo portaban sobre sus
hombros: “ ... Desesperadamente quisiste levantar la rota frente que bajo el
peso de la cruz, yacía. El sayón apremió. Ya no podías. Las fuerzas te faltaban
y un valiente cirineo, labrador, fue el penitente que cargó el palo que Tu
espalda hendía. Amaneció la luz sobre Judea; a tres horas quedaban los
temblores y el velo ya se estaba desgarrando. En su mirra pensaba Arimatea y Tu
Salud clamaba entre Dolores porque todo se fuera terminando”.
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado domingo 7 de julio de 2013 y ayer en VIVA JEREZ)
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