Se agotaba el siglo XX e
iniciábamos en Jerez uno nuevo acompañado de ciertos cambios que marcarían el
futuro de la ciudad. Cambios en la calle Consistorio donde un todo poderoso
alcalde buscaba fórmulas ante la pérdida paulatina de ese apoyo popular que le
había mantenido en el poder en las últimas décadas, cambios en la calle Eguilúz
donde un obispo cosido al Evangelio afrontaba los últimos años al mando de una
diócesis que él mismo había sido el encargado de poner en marcha y cambios en
unas cofradías que habían sufrido momentos convulsos en el organismo que las
representa y que gracias a un hombre, cofrade de las Angustias y enamorado de
Jerez y de sus tradiciones, el recordado José Alfonso Reimóndez López (Lete),
supo reconducir con acierto.
Una unión en la que tuvieron que ver muchos de aquellos
hermanos mayores de las cofradías jerezanas que componían el pleno de la Unión
de Hermandades. Cofrades clásicos que presidieron en aquella época las
corporaciones penitenciales de la ciudad, Miguel Monje en la Triunfal Entrada,
los Pacos, González en el Transporte, Hurtado en la Coronación y Ruíz-Cortina
en las Angustias; Manolo Muñoz, José Luis Sánchez, Juan Román y Fernando Romero
en sus respectivas corporaciones del Lunes Santo y así otros tantos cofrades
clásicos, con varios legislaturas a sus espaldas, como Juan Mateos, Santiago Zurita,
Joaquín Marín, Luis Cruz, mi hermano Marco, Pepe Montoro, Miguel Puyol, Pepe
Torreglosa, Enrique Espinosa o Antonio Ruíz. Y entre ellos un hermano mayor grande,
como su Hermandad de la Amargura, un cofrade cabal que supo ganarse el aprecio
de todo el pleno por su carácter afable y educado. Carlos Orellana Cánovas
accedió a la presidencia de su cofradía tras un periodo complicado que supo
afrontar con verdadero espíritu de servicio, una entrega que fue reconocida por
sus hermanos al ser reelegido en el cargo tras finalizar su primer mandato.
Conocí a Carlos Orellana por mi pertenencia a aquella
Unión de Hermandades del cambio de siglo, desde entonces nos unió una cordial
amistad. Los habituales encuentro por la avenida Álvaro Domecq, cercana a
nuestros domicilios, siempre eran motivos de amena charla. Carlos era un
conversador nato, un hombre del campo y de la ciudad, un caballero jerezano
siempre a caballo entre este Jerez donde tantos amigos tenía y su querida Vejer
de la Frontera, lugar de retiro habitual en aquella finca, que con cariño cuidaba,
cercana a la población donde su familia política, los Castrillón, es tan
querida y apreciada. Dª María Josefa
Castrillón y Mera, Dama de la Orden de las Damas Nobles de la Reina María
Luisa, esposa de D. León
López Francos, Marqués
de Francos, Teniente Coronel de Caballería, Comandante
del Cuerpo de Estado Mayor y senador
vitalicio; su hermana Mª Dolores casada con Antonio Eduardo Shelly y Calpena
diputado en Cortes, Capitán de Caballería y Ayudante de Campo del Capitán
General de Galicia o José Castrillón Shelly son algunos de los nombres de esta
extensa familia que forman parte de la historia de Vejer.
Carlos Orellana nos ha dejado esta semana en un miércoles
de amargura para toda su familia y todos sus amigos que llenaron el templo de
Los Descalzos en su último adiós, llevándose esa sonrisa de Rey Mago que tan
bien encarnó en aquella Navidad de 1986. Ese “me alegro mucho de verte”, tan
característico suyo, encuentra ahora respuesta en un “hasta siempre, Carlos”.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ ayer domingo 27 de agosto de 2017)
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