El
verano es tiempo propicio para el ocio y la lectura. En estos días ha llegado
hasta mi una de esas viejas Guías de Jerez que popularizó la familia Campoy y
que tuvieron su antecedente en aquellas otras de Cancela o de Pareja. En una de estas Guías de Jerez, concretamente
en la correspondiente al año 1929, aparece un artículo de Martín Ferrador sobre
Jerez, un auténtico elogio a la ciudad que le vio nacer. Recordemos que Martín
Ferrador, seudónimo del jerezano Francisco José Ragel García (1897-1928),
fue un insigne erudito, escritor, periodista y abogado. Académico de la
Sevillana de Buenas Letras, de la de Nobles Artes de Córdoba y de la Hispano
Americana de Cádiz, ocupó en propiedad la plaza de Juez Municipal del distrito
de Santiago, de forma altruista fue el conservador de la Biblioteca Pública
Municipal y Cronista oficial de la ciudad.
En el
mencionado artículo Martín Ferrador hace un extenso y, a su vez, hermoso elogio
a la ciudad en el que no podía faltar su arenga al caballo. Nos habla el
cronista de aquellos dos potros trotones con que sirvió la galantería del
Consejo a Enrique IV, para que hiciera su viaje desde la ciudad a Gibraltar,
uno era de Iñigo López de Carrizosa y el otro del regidor García-Dávila.
También de aquel otro caballo con que Juan Riquel, gran labrador y ganadero
jerezano, obsequió a la Reina Católica, y que, según afirmó la señora en carta
suya, no tenía igual en toda España. En la vega granadina, a lomos de
Chaparrillo, realizó proezas sin cuento nuestro convecino Pedro Núñez de
Villavicencio. Nombradas fueron las caballerizas del hazañoso Gonzalo Pérez de
Gallegos, destacando Alcaidejo, de pelo castaño, conocidísimo en los ejércitos
imperiales, murió en Túnez, cabalgado por su señor, en la sangrienta acción del
Olivar. Las buenas cualidades del caballo del osado Fernando de Padilla, que,
en apurado trance, aun con el menudillo hendido y cortado, haciendo casco del
sangriento muñón galopó hasta salvar a su perseguido dueño. Y en tiempos
posteriores Sebastián Marocho, en su inédito diario, escribió que en el año
1731 fue a Madrid a negocios el Presbítero y Beneficiado Don Antonio
Quintanilla y volvió a Jerez, habiendo despachado su asunto, en once días y en
el mismo caballo, demostrando la fuerza y valentía de animal y jinete que
llegaron llenos de pujanza.
Este
fin de semana los caballos vuelven a demostrar su fuerza y valentía en una
nueva edición de las carreras de caballos de Sanlúcar de Barrameda. Un año más
los briosos corceles de estas tierras se recortarán en el horizonte andaluz con
la misma fuerza y belleza de siempre, trotando y galopando sobre la arena como
aquellos antepasados suyos lo hacían en tiempos de paz y de guerra. Unas
carreras que tuvieron su origen en nuestra querida Sanlúcar de Barrameda en el
año 1845, aunque parece ser que dos años antes en 1843 en los llanos de
Alcubilla de Jerez competían ya caballos por parejas para ganarse unos reales.
La majestad,
la gallardía, el brío, el ímpetu y la hermosura de las potradas en libertad,
nadie los ha expresado con la vehemencia que lo hizo Cortines y Mumbe en estos
versos: /Se lanza velozmente por doquiera/ la legión indomable de los
potros,/las colas enarcadas/ flotantes en espléndido abandono,/ besadas por los
soles refulgentes,/rizadas de huracanes imperiosos./ Y son los ligerísimos
corceles/ castaños, negros, alazanes, tordos…/ erguidas las cabezas
orgullosas,/ con relinchos expresan su alborozo./ Los ágiles greñudos giran
fieros:/ ¡Nada a su empuje servirá de estorbo!/
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado domingo 9 de agosto de 2014)
Referencia a las carreras de caballos celebradas en Jerez en 1892. |
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