viernes, 29 de septiembre de 2017

EL PALACIO DE VILLAMARTA


  

 
         Testigo mudo de un pasado esplendoroso, en los medios de nuestra emblemática calle Larga y frente a la evocadora, y ahora cofradiera, plaza del Banco se alza un noble edificio que fuera de los Pérez de Grandallana, linaje al que pertenecieron, entre otros, Domingo, Francisco y Francisco Simón Pérez de Grandallana, todos ilustres marinos jerezanos con grandes gestas al servicio a la nación; así como Francisco Pérez de Grandallana y Angulo al que Fernán Caballero calificó como el poeta castizo, noble, elevado y enérgico como ninguno.

            Descendiente de los Pérez de Grandallana fue Álvaro Dávila y Agreda, Marqués de Villamarta-Dávila que, en 1923, mandó al arquitecto Hernández Rubio restaurar toda la casa-palacio, recuperando elementos renacentistas del siglo XVI y rehaciendo, en el mismo estilo, relieves y motivos decorativos. La casa-palacio volvió a brillar tanto en su fachada blasonada, elegante portada y vistosa crestería, como en su interior, desde el señorial apeadero como en su patio de doble arcada, sus alargadas estancias con techos de artesonados renacentistas, sus ricos terciopelos y sus maderas nobles en toda la decoración. Con recuerdos también de aquel oratorio donde una dolorosa de Astorga recibiera las oraciones de distintas generaciones antes de pasar a la parroquia de San Pedro para, con el tiempo, cautivar a feligreses, devotos y aviadores que la tienen por patrona, siendo el eje fundacional de una cofradía que, cada Viernes Santo, reparte por Jerez aromas de clasicismo y de soledad.

            El palacio de Villamarta fue durante siglos una residencia aristocrática en la que se conjugó su rancia historia con labores administrativas de la ganadería familiar y el servicio a la ciudad de Jerez, donde su propietario, el marqués de Villamarta, ejerció de alcalde, dejando una serie de obras encomiables que hoy quedan como preciado legado de su paso por la alcaldía. Álvaro Dávila y Agreda era hijo de Álvaro Dávila y Pérez de Grandallana (1832-1887), VIII Marqués de Villamarta-Dávila, VIII Marqués de Mirabal y IX Conde de Villafuente Bermeja, caballero gran cruz de la Orden de Isabel la Católica, caballero de la Real Maestranza de Caballería de Ronda y Caballero Veinticuatro de Jerez de la Frontera  y de Doña Francisca de Caracciolo de Ágreda y Balleras, descendiente del Antiguo e Ilustre Solar de Tejada, bisnieta de Don Simón de Ágreda y Martínez de Cabezón, Señor Divisero del Solar de Tejada, próspero comerciante, que junto a su hermano el I Conde de Casa de Ágreda, fundó las Escuelas Gratuitas de San Román de Cameros, villa de la cual eran naturales.

El palacio era un reflejo de todo ese abolengo de siglos que había ido acumulando de padres a hijos. Con el tiempo pasó a manos de la familia Segovia hasta que hace unos años se vendió a la firma textil MANGO para sustituir la impronta y el sabor a linaje antiguo por modernos percheros y mostradores. El viejo portalón, flanqueado por columnas, tantos años cerrado, se abrió entonces de par en par para acoger a un público  más ansiosos de renovar vestuario que de poder admirar la belleza de un edificio ya de por sí bastante singular. Ahora se anuncia el final de esta apuesta comercial por el centro de la firma MANGO y con ello el cierre de nuevo de esta suntuosa casa, el palacio de Villamarta, que, como su propio estilo señala, esperará, con su porte elegante y aristocrático, un nuevo renacimiento.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 24 de septiembre de 2017 y al día siguiente en VIVA JEREZ)
 
Año 1924. Fotografía del palacio de Villamarta recién restaurado por el arquitecto Francisco Hernández Rubio.
 
 
 

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