En
uno de esos foros en los que los aficionados al motociclismo intercambian
opiniones y sentimientos sobre el mundo de las dos ruedas pude leer lo
siguiente:
“Hace
un precioso día y mi cuerpo me pide montar, me enfundo mi pantalón de moto como
el de un vaquero en el campo, mis botas, no tienen espuelas pero si refuerzos
metálicos, mi chaqueta como el gabán de un polvoriento vaquero, mi casco es
como un gorro tejano y las llaves un colt del 45. Me cuesta ya con los años
subirme al caballo, es cada día más alto al igual que mi moto parece que va
creciendo ¿Crecen las motos con el paso del tiempo? Me subo a ella y tengo que
meterle un poco las espuelas para maniobrar en el bóxer (mi garaje) por fin
consigo salir marcha atrás, la moto suelta algunas coces, pero está ansiosa
como mi caballo, ansiosa de esos caminos negros de la carretera que a mi
caballo tampoco le gustaban. Ciño mis piernas, las botas en los estribos, el
manillar suelto como las riendas de mi caballo. Tanteo con mis rodillas y el
animal obedece, giro a la derecha, después a la izquierda y el aire me golpea
en la cara. Subido al infinito pongo una mano en jarras es una monta campera o
vaquera, acelero y se lanza al galope tendido devorando kilómetros y la hago
tranquilizarse para descansar al trote corto y muy recogida ahora al paso, muy
despacito y un toque en su oreja derecha y de nuevo sale despeinado con su crin
al viento. Ya por fin, paro en una terraza, la aparco sobre la pata de cabra
como el vaquero delante del bar amarra su caballo y me siento a contemplarla
con cuidado de los cuatreros que viendo una montura tan hermosa se pueden cegar
en el deseo de poseerla.”
No
sabía el autor de este relato si esta fantasía tenía algo que ver con las
técnicas de conducción, hablaba de sensaciones y esta era la suya, hablaba de
horizontes y se sentía en su moto como un vaquero cruzando el Oeste Americano o
más bien como un jinete jerezano cabalgando por las dehesas o desacelerando
para recorrer al trote el Real de la Feria del Caballo.
La
coincidencia este año de los dos eventos feriales, la del campeonato de
motociclismo y la Feria del Caballo, han hecho posible esa fusión entre el
noble animal y la máquina, entre la naturaleza y la técnica, entre esa
sensación de sentirse centauro sobre cuatro patas o sobre las dos ruedas. El
rugido de las motos darán paso al relinche de los equinos, el cuero a los
trajes cortos, los cascos a los sombreros de ala ancha, las llantas a las
espuelas, el hierro de los motores al hierro de las yeguadas.
Dicen los que saben de esto que hay muchas similitudes, pero no
en la moto o el caballo, sino en el espíritu de quien los monta. Una de ellas,
es la sensibilidad. Parece increíble que para tener una buena relación con la
moto el piloto tenga que tener sensibilidad y percatarse de las necesidades de
una máquina. ¡Pero es así! ... Igual que con el caballo. Dos mundos que
coinciden y que este año, por distintas circunstancias, se han fusionado en
Jerez por esa magia que esta ciudad tiene para unir aquello que parece tan
distante.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 6 de mayo de 2018)
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