La clausura siempre se ha
visto como algo extraño, algo contrario al mundo actual del stress, de las
relaciones sociales y del consumismo. Hasta ahora la clausura iba asociada a
esa vida que imaginábamos más allá de tornos, locutorios y rejas. Tornos por
donde, como decía el profesor Morales Padrón, se escapan voces incorpóreas y
prisioneras, y a través de los cuales llegan dulces mensajes reposteriles.
Locutorios y rejas por la que se filtra la visión de salas en las que se
adivinan obras de arte que sirven de fondo a figuras de monjiles dueñas de
voces ya corporeizadas. Sensaciones que muchos jerezanos hemos experimentados
cada vez que nos acercamos al misterio de un torno, viejo y chirriante, o
silencioso y con brillo de barnices monjiles; todo ello tras pulsar un timbre o
tirar de la cadena que hace sonar una campanilla, donde la hermana tornera nos
abrirá esa ventana giratoria hacia ese mundo de la clausura y nos permitirá
respirar ese aire que viene del interior y tanto nos subyuga.
Esos espacios, fuera del bullicio y del apresuramiento de
la vida urbana contemporánea, como pequeñas islas de paz y sosiego, son un
remanso silencioso ante el ajetreo diario de las ciudades. La clausura no solo
ha mantenido tesoros materiales también otros que ahora, por cuestiones de
salud, se nos están haciendo presentes. Conventos de clausura como Santa María
de Gracia, Clarisas de la calle Barja, las populares Reparadoras o las Mínimas
junto a San Marcos son pulmones espirituales para éste Jerez donde, hasta hora,
la clausura era algo de otro mundo.
La clausura, a veces, nos depara sorpresas, otra forma de
vida. El vivir en comunidad, el respeto a normas y reglas, una adecuada
organización, momentos para el trabajo y el ocio, ratos íntimos y otros de vida
en común. El confinamiento que estamos padeciendo para frenar la expansión del
coronavirus nos ha hecho valorar la clausura. No nos queda más remedio que
sacarle el lado positivo para hacer más llevadero éste periodo de reclusión.
Son muchos los whassapp que llegan estos días hablándonos de lo que está
aportando la obligada clausura: la importancia de dedicar más tiempo a disfrutar
de la familia, de contactar con nuestros vecinos aunque solo sea una vez al día
para aplaudir, la necesidad de ejercitar nuestro cuerpo y huir del sedentarismo, de acordarse de Dios y de los que velan por
nosotros, de organizarse sin prisas y marcarnos objetivos nosotros mismos sin
tener que depender de los demás, de ser disciplinados y anteponer el bien común
por encima de intereses o gustos personales.
Para las monjas de clausura nada de esto es nuevo, ellas
saben bien de aislamiento, de libertad interior, de vivir el propio mundo de
cada uno, de darle cabida a la creatividad, de la búsqueda de la alegría, de
convivencia aceptando a los demás, de vivir y dejar vivir, de aprovechar el
tiempo y canalizar nuestras energías, de reflexionar y plantearse nuevos retos,
de exprimir todo lo que se pueda éste periodo para que haya sido un tiempo
provechoso de cara al futuro, para que cuando todo pase, afrontar la vida con
nuevos bríos e ilusiones, satisfecho por todo el jugo que le hemos sacado a
éste tiempo de confinamiento. La clausura ha conseguido crear un espacio de
libertad para vivir serenamente, sin interferencias de todo lo que en el
exterior contamina. Aprovechémosla.
(Artículo que publiqué en la edición digital de INFORMACIÓN JEREZ el pasado lunes 23 de marzo de 2020)
Fotografía retrospectiva del compás de acceso a la clausura del convento de Santa María de Gracia de Jerez. |
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