En enero de 2007 la Dirección General de Bienes
Culturales de la Junta de Andalucía inició el trámite para incluir a 23 cascos
de bodegas (unos 90.000 metros cuadrados) de la localidad gaditana de El Puerto
de Santa María en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, con la
intención de blindar estos edificios de la voracidad inmobiliaria. Se
trataba de antiguos cascos bodegueros situados en el centro urbano, en la
mayoría de los casos sin uso vinícola, sobre los que los propietarios habían
recibido ofertas de empresas constructoras para ejecutar derribos, negociar con
el Ayuntamiento la recalificación de terrenos y construir viviendas.
"No sólo queremos proteger las bodegas, sino
también su entorno urbano, en los casos en que quede reconocido el valor
patrimonial y arquitectónico", afirmó la entonces delegada de Cultura,
Dolores Caballero.
Esta semana hemos sido testigos del último episodio de
derribos bodegueros en nuestra ciudad. La centenaria "bodega Cream Sack", que perteneciera a la firma
Williams & Humbert, ubicada en la calle Paúl, es ya historia. Sus muros,
sus altos pilares, sus arcos de medio punto y toda su majestuosidad de antigua
catedral del vino ha ido desapareciendo entre golpes de grúa y una polvareda
que envolvía toda esta destrucción de un edificio que, como tantos otros,
formaron parte de la identidad de una ciudad que se nos marcha sin poder hacer
nada para evitarlo. Un casco bodeguero enmarcado entre la sede del Consejo
Regulador y la Sala Paúl, otro conjunto arquitectónico que corrió mejor suerte
y hoy permanece restaurado para usos municipales. Un entorno urbano que aquí en
Jerez no ha tenido la misma suerte que en nuestra vecina ciudad de El Puerto de
Santa María donde unos ciudadanos se movilizaron para parar lo que ellos
consideraban que era intocable porque formaba parte del alma de la propia
ciudad.
El otro día cuando veía caer, desde las alturas, aquellos arcos
sobre las piedras destrozadas de los pilares que los habían sostenido, mientras
la piqueta demoledora seguía destruyendo más de siglo y medio de parte de la
historia de Jerez, me acordé de tantas piedras caídas en los últimos años por
el propio suicidio de la ciudad, innumerables cascos bodegueros, claustros
conventuales, suntuosos palacios, históricos templos, patrimonio monumental que
sucumbió al ataque de la modernidad mal entendida y a unos nuevos tiempos que
se llevaron para adelante parte de nuestro riqueza patrimonial y que, con este
último derribo, aún parece que no tiene fin.
Cuando, en esta capital mundial del vino, una bodega centenaria se
nos va se nos marcha parte de nuestra propia historia y queda un espacio vacío que no se puede volver a llenar. Solo queda, como en
la canción de Alberto Cortez, un tizón
encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río.
Cuando una bodega se va una estrella
se ha perdido la que ilumina el lugar donde hay un mosto dormido. Cuando una
bodega se va se detienen los caminos y se empieza a revelar el duende manso del
vino. Cuando una bodega se va queda un terreno baldío que quiere el tiempo
llenar con las piedras del hastío. Cuando una bodega se va se queda un árbol
caído que ya no vuelve a brotar porque el viento lo ha vencido. Cuando una
bodega se nos va algo nuestro se nos ha ido.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 12 de junio de 2016)Vista aérea de la avenida Álcalde Álvaro Domecq. En parte inferior derecha la calle Paúl y todo el conjunto bodeguero que ha ido desapareciendo en los últimos años, |
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