No
corren buenos tiempos para el patrimonio monumental jerezano. En los últimos
días la alarma ha surgido con la torre de la Atalaya, su preocupante estado de
conservación ha obligado a su apuntalamiento.
Los
historiadores nos hablan de que esta torre, adosada a la iglesia de San
Dionisio, aunque de origen civil, fue construida por el moro Gere Güeber en
1012, siendo reconstruida en el siglo XV, siguiendo los cánones del estilo
mudéjar local.
Todas
las grandes ciudades tienen su torre emblemática, aquella que por su altura o
especiales características, destaca sobre el paisaje urbano entre torres-campanarios
o torres-reloj. Famosas son la torre de Babel, la torre Tavira de Cádiz, la
Giralda de Sevilla, la torre inclinada de Pisa, la torre Eiffel de París, la
torre de los Clérigos de Oporto y tantas otras que son símbolos representativos
de las ciudades donde se levantan y focos turísticos de especial importancia.
Nuestra
olvidada torre de la Atalaya tuvo un papel relevante en la historia local, por
su carácter defensivo, con su famosa campana cascada avisando de la presencia
enemiga y su reloj lunar marcando la vida jerezana. Esta torre fue durante
siglos la garantía vigilante de una ciudad que no se sentía segura ante los
constantes ataques de quienes querían apoderarse de tan atractivo territorio.
Por su historia, por su antigüedad, por su estilo artístico y por su
privilegiada situación, la torre de la Atalaya jerezana es otro de los grandes
reclamos turísticos olvidados en nuestra ciudad. Los que hemos tenido la oportunidad
de subir por sus empinadas escaleras y contemplar la bella panorámica que se
contempla al llegar a su planta más alta, podemos asegurar cuánto se pierde Jerez
y los que nos visitan al no poder disfrutar de tan excelentes vistas.
La
atalaya de esta torre necesita su recuperación para orgullo de los jerezanos;
necesita su adecuación como un atractivo más para la promoción turística de la
ciudad; necesita reabrir su antiguo acceso directo a la calle para no perturbar
el culto de San Dionisio tras su reapertura; necesita ser iluminada como
monumento destacado que es; necesita recobrar la importancia que siempre tuvo
como torre principal de Jerez, como la torre del Consejo, como la torre de los jerezanos.
La
torre de la Atalaya preside la hermosa y romántica Plaza de Plateros, corazón
de un viejo Jerez, de gremios y mercaderes, de pajarillos cantarines, de la
Viña T y del Nº 1, de recuerdos del ilustre fundador de la Cartuja, Álvaro Obertos
de Valeto. Junto a ella la Plaza de la Asunción, una de las más bonitas de
España, donde se mezclan y se resume todo el arte jerezano, con ese monumento
mariano, único en el mundo, del que dijera Antonio Gallardo: "Dedo que
señala al cielo, con el dulce colofón, de un nombre de caramelo: María de la
Asunción". Y casi rozándola, esa placita de Belén, coqueta y evoca-dora de
la vieja Córdoba que donara aquel potro que la preside y que levanta sus patas
como un aprendiz de caballo cartujano entre jardines del Recreo de las Cadenas.
En este entorno de lujo, la torre de la Atalaya se alza como columna que mira
al cielo, como una madre que mira a sus hijos desde la altura de la madurez y
de los años de experiencia, protegiéndoles de ataques y de intromisiones, señalando
los tiempos, sufriendo los olvidos y padeciendo sus propios achaques, como el testigo
mudo de una ciudad que se pierde entre nuevas plazas, entre calles que se
levantan y se vuelven a levantar, entre jardines convertidos en estanques y
estanques que vuelven a ser jardines, entre negocios que abren y locales que se
quedan vacíos, entre Carrera Oficial que se alarga y se acorta, entre peatonalizaciones
y peones a pie de obra.
Desde
la Atalaya de esta torre Jerez tiene una visión distinta, más amplia, más clara
y más de conjunto, un agradable gozo para los sentidos y una terapia muy
recomendable, por eso urge su conservación por el bien de Jerez y de la
historia.
(Artículo publicado en Información Jerez el 18 de noviembre de 2006. En estos días la torre de la Atalaya ha vuelto a ser testigo de guerras internas pero, esta vez, por cuestiones salariales, así como de la ceremonia histórica del traslado del pendón de la ciudad.)
Aspecto que ofrecía la torre de la Atalaya en tiempos pasados. Vemos el aro del reloj que durante algunos años le dio nombre. |
Fotografía más reciente de la plaza de Plateros, antes de ser peatonal, con la torre de la Atalaya al fondo. |
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