El
Hospital San Juan Grande, forma parte de la Orden Hospitalaria de San Juan de
Dios, la historia nos habla de una institución para el servicio a los más
pobres que “nace del evangelio de la misericordia vivido en plenitud por San
Juan de Dios” que comenzó una labor de servicio a los más necesitados en su
primer hospital de Granada y que en 1572 sería aprobada como tal Orden
Hospitalaria por la Iglesia. Desde entonces, la Orden, centrada en su
asistencia a los enfermos, ha continuado su servicio hasta la actualidad, en
que, compuesta por 1.204 Hermanos y unos 50.000 colaboradores, está extendida
por los cinco continentes, en 51 naciones, con más de 309 obras, que abarcan un
amplio abanico de actividades.
En
la página del Hospital San Juan Grande podemos leer la trayectoria de la Orden
Hospitalaria en Jerez de la Frontera desde 1573 en el desaparecido Hospital de
la Candelaria de la actual Alameda Cristina, donde estuvo establecida hasta
1834 que se vio obligada a abandonar Jerez a consecuencia de la Ley de
Desamortización de Mendizábal. Tras largos años de ausencia, e impulsado por la
donación a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios de los terrenos en los que
actualmente se ubica el Hospital San Juan Grande, el Sanatorio de Santa Rosalía
abrió sus puertas de nuevo en Jerez en junio de 1927 para hacer frente al gran
problema que planteaba en la zona la poliomielitis. Niños y jóvenes de ambos
sexos, de las provincias de Cádiz, Ceuta, Melilla, Huelva, Sevilla y Marruecos
fueron atendidos, con carácter benéfico, sin descuidar el aspecto educativo e
incluso laboral.
En 1952 desde el hospital de
Ciempozuelos, llega a Jerez, al Sanatorio de Santa Rosalía, un nuevo fraile
hospitalario, se llama Adrián. Cinco años pasó en Jerez cuidando a los niños
enfermos y ayudando a recaudar fondos y víveres para el sostenimiento de dicho
centro. En 1957 marcha a la clínica de Ntra. Sra. De la Paz en Madrid, de allí
de nuevo a Ciempozuelos, para en 1962, volver a Jerez para siempre.
Como narran sus biógrafos el Hermano Adrián del Cerro, vestido con el hábito negro de la Orden de San Juan de Dios, cartera en mano y siempre tocado con su inseparable boina, recorría cada día las calles y plazas de Jerez en busca de las limosnas que pudiese conseguir para los pobres que para él nunca tuvieron color, raza ni religión. En su larga vida solamente ha habido una única obsesión: entregarse a los demás, ayudar al prójimo, visitar al enfermo, consolar al que sufre.
Esta
pasada semana, a la edad de 92 años abandonó este mundo pero su memoria quedará
en el corazón de todos los jerezanos de bien. Su cuerpo reposa ya para siempre
en la iglesia del antiguo sanatorio para seguir caminando por los senderos de
la gloria y continuar ayudando, como cuando empujaba las sillas de ruedas de
los niños imposibilitados, a sanar a todos los que se acerquen a él para pedir
su intercepción.
Ahora,
tras su fallecimiento, su figura pequeña se engrandece por su testimonio de
vida y como dejó dicho Benedicto XVI al hablar de fray Leopoldo de Alpandeire,
otro hombre santo y limosnero de Dios: «Testimonió el misterio de Jesucristo
crucificado con el ejemplo y la palabra, al ritmo humilde y orante de la vida
cotidiana y compartiendo y aliviando las preocupaciones de los pobres y
afligidos». Hermano Adrián, nuestro eterno caminante.
(Artículo que publiqué el pasado domingo 16 de agosto de 2015 en INFORMACIÓN JEREZ)
El Hermano Adrián, en una foto del ayer, paseando a sus niños por la Feria de Jerez |
No hay comentarios:
Publicar un comentario