domingo, 14 de febrero de 2016

COMERCIOS DE BARRIO




          Acabaron las Navidades y con ellas las grandes aglomeraciones en las superficies comerciales, los días de colas interminables, de carros y carros llenos para las comidas familiares y para llenar de alegrías la mañana del 6 de enero. Pasaron las fiestas navideñas y, tras estos primeros días de devoluciones y rebajas, llega el tiempo de los comercios de barrio, los del día, los que siempre están cercanos para el desavío, para las compras diarias, para la amistad y la cercanía, incluso para ese “mañana te lo pago” que sale de apuros. Afortunadamente estos comercios de barrio cuentan con una clientela muy leal, fruto de muchos años de experiencia y de presencia entre la vecindad. Precisamente este trato directo y personalizado es uno de los factores que más valoran los clientes a la hora de escoger entre realizar la compra en una tienda de barrio o en un gran supermercado. Hay clientes habituales del comercio de barrio que prefieren acudir a los pequeños ultramarinos porque «me recomiendan qué debo llevarme y qué no, cuáles son los productos de temporada, qué fruta está madura... Por el contrario, en un gran supermercado nadie te aconseja, eres tú la que escoge y no siempre se acierta con la elección».

          Nací en la calle Prieta, en el barrio jerezano de La Albarizuela, donde aún recuerdo comercios de barrio como la farmacia de don Eugenio, la droguería de Lanzarote con Antonio Castro, “El rubio”, siempre tras el mostrador, el mismo que esta semana se ha marchado dando chicotás eternas con su Cristo de la Expiración, su Señor de la Coronación de Espinas y el Divino Nazareno franciscano; el Tabanco del Fino Navero de Bodegas Corrales, el almacén de Cevallos, la carnicería de Campos… comercios que dieron vida a esta calle estrecha, familiar y acogedora. Con tres años me fui a vivir a la calle Valientes, en el barrio de San Pedro. El barrio lo tenía todo, había de todo en especial en la calle Bizcocheros que era un auténtico centro comercial. –donde había panaderías, carnicerías, zapatería, pescadería, prensa y revistas, bares, almacenes, refinos, tiendas de regalos y decoración, de chucherías y caramelos, etcétera-.  Recuerdo cómo se vivían las épocas señaladas del año. El verdadero anuncio de la llegada de la Navidad era el olor de la elaboración de los pestiños que desprendía la pastelería La Holandesa. Algo así como el olor de la manteca colorá de Pepito el Carnicero. Ese olor a pestiños era el prólogo, el anuncio oficial, de la llegada de la Navidad en el barrio de San Pedro. Eso y las cajas de polvorones y roscos La Perla en la puerta del almacén de Domingo Andrades. También en la cesta de Navidad que se rifaba en el almacén de Manolo, esquina Bizcocheros y Valientes. Las mañanas eran, todas, un cúmulo de madres de familia ‘haciendo los mandaos’ en esas pequeñas tiendas llenas de vida y familiaridad. 

          Los barrios y los hábitos de consumo han cambiado, y la fisonomía y tipología del comercio de los mismos se ha transformado al compás de los tiempos. Probablemente se precisen de nuevas recetas para dar solución a nuevos retos que posibiliten la existencias de estos pequeños comercios que fueron, y aún siguen siendo, el soporte y elementos importantes, no solo de su núcleo urbano sino también de la propia identidad de la ciudad. 

          (Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 10 de enero de 2016 y al día siguiente en VIVA JEREZ )


La confitería La Holandesa, un emblema durante años del barrio de San Pedro.

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