Voy
a contarles a ustedes lo que a mí me ha sucedido, que es la emoción más
profunda que en mi vida yo he sentido. Fue en Jerez en las vísperas de
Nochebuena donde yo preparé una visita junto a mis paisanos, allí fuimos a
pasar el puente de la Inmaculada para disfrutar de todo lo que ofrece esta
tierra cuando se acerca la Navidad. Desde que tuve que emigrar no suelo faltar
en este puente a mi tierra natal, sus magníficos Nacimientos, sus incomparables
zambombas, el propio ambiente de la ciudad, con sus calles del centro llenas de
gentes, con sus bares y tabancos tan concurridos, todo un atractivo turístico
que los jerezanos que vivimos fuera echamos mucho de menos.
El día de la Inmaculada lo habíamos
pasado de maravilla en una de esas ambientadas zambombas que te cautiva tanto
que nunca ve el momento de irte. Al caer la tarde cuando ya volvíamos al hotel
con la alegría de lo vivido nos paramos cerca del alcázar jerezano para, entre
todos, entonar uno de esos villancicos que, unos minutos antes, habíamos estado
cantando en la zambomba. Nada más arrancar con nuestros cantes a coro se
escuchó, a lo lejos, una banda tocar, “callar todos”, dije yo y un pasodoble se
oyó que nos hizo suspirar, cesó la alegría, ya todos callaban, ya nadie reía, todos lloraban, oyendo una música que no nos
era extraña, eran nuestros suspiros “Suspiros de España”. La Virgen de la
Amargura volvía a los Descalzos tras presidir en la catedral el Pontifical del
día de la Inmaculada y justo en el momento que transitaba por la Alameda Vieja,
junto al alcázar, cerca de donde estábamos nosotros, sonó “Suspiros de España”.
Eran esos suspiros de la nostalgia cuando se vive en tierra extraña, suspiros
de tantos que han pasado la amargura de tener que dejar su tierra para buscarse
el sustento, suspiros de esos jerezanos que cuando llega Navidad o Semana Santa
añoran su tierra desde la lejanía, soñando con zambombas y panderetas por
Navidad y pasos de palio cuando los azahares inundan la Corredera.
No lo cantó así Concha Piquer pero
podría ser verdad por las circunstancias excepcionales que se dieron en Jerez
en el pasado día de la Inmaculada. Un Jerez viviendo ya la Navidad y otro Jerez
adelantándose a la Semana Santa. En la calle San Agustín marchas procesionales
y en el mismo momento, a pocos metros, en la plaza del Arenal coplas de
Nochebuena, olor a incienso en la delantera del paso mezclado con olor a pestiño
del obrador de las monjas clarisas, resplandor de la candelería del palio
fundido con la luminosidad del alumbrado extraordinario de la calle Medina. Dos
acontecimientos cristianos entrelazados, dos celebraciones selladas al sentimiento
del pueblo; contrastes de dos periodos festivos que se viven intensamente desde
hace siglos. Tiempos que se funden como los silencios previos al nacimiento y
posteriores a la muerte, como la propia vejez cuando se hace infantil. Los que
en el pasado puente de la Inmaculada tuvieron la oportunidad de ver, viniendo
de fuera, una muestra de nuestra Navidad y de nuestra Semana Santa sólo con ir
de una calle a otra no se les olvidará nunca lo vivido porque pasaron del
nacimiento a la muerte en un suspiro. Vida y muerte con un solo protagonista, el Niño Dios, el que llena
siempre de suspiros todas las amarguras.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 17 de diciembre de 2017 y al día siguiente en VIVA JEREZ)
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