Francisco José Ragel García (Martín Ferrador)
fue un insigne erudito, escritor, periodista y abogado jerezano, que además de
Juez, fue conservador de la Biblioteca Pública Municipal y Cronista oficial de
Jerez. En 1929 escribió un precioso “Elogio a la ciudad” donde definió, de
forma exquisita, todo un mosaico de alabanzas a la ciudad de Jerez de la
Frontera. Como remate final habló de la mujer jerezana: “¿Qué hemos de decir de
ella que de todos no sea sabido? Es andaluza y como a tal puede cuadrarle lo
que de las garridas hijas de la Bética, dicen tantos y tantos escritos; aunque
parece consignar una observación exclusiva de la mujer de Jerez; la que lo
mismo la alta que la baja, de cierto aire al par gracioso y distinguido que la
marca por señora. Ocasión es esta en que lamento que mi pobreza literaria no me
consienta describir en acabadas estrofas a la mujer de nuestra tierra, con todo
su empaque señorial y donairoso; por eso traigo en mi auxilio el cálido elogio
que, abrevando en el sentir arrebatado del pueblo, bebiendo sinceridad,
lograron urdir ciertos ingenios: Cuando va una jerezana/ sal y gracia derramando,/
todos los corazoncitos/ detrás se lo va llevando./ Yo he visto un santo de
piedra/ volverse, para mirar/ la gracia que una jerezana/ iba dejando al
andar./ Jerezanilla morena/ la de los ojitos negros/ recoge mis suspiritos/ que
para ti lleva el viento”.
Estos
piropos a la mujer jerezana, dichos en la vía pública, no sé cómo serían
considerados hoy después de la polémica que se ha levantado tras el texto
presentado por Podemos al Congreso de los Diputados en el que se
propone introducir un nuevo artículo en el Código Penal, que contemple que
“será castigado con pena de multa de 3 a 9 meses o trabajos en beneficio de la
comunidad de 31 a 50 días el que se dirija a una persona en la vía pública con
proposiciones, comportamientos o presiones de carácter sexual o sexista que,
sin llegar a construir trato degradante ni atentado contra la libertad sexual,
creen para la víctima una situación intimidatoria”
El piropo es el elogio de la cualidad de una persona
y, como algún articulista ha señalado, puede resultar inoportuno o
incómodo, pero no es eso lo que Podemos parece pretender castigar. Es el acoso
en la calle, que es otra cosa. La presión que, bajo la apariencia de elogiar su
cuerpo, busca y consigue que se sienta intimidada.
Es cierto
que nadie tiene derecho a hacer
comentarios que no son bienvenidos pero englobar, como se ha dicho, todos los
piropos en ese acoso es, como menos, disparatado.
Hay otro
tipo de acoso, en muchos casos más agresivo y, a veces, también más permisivo
por los propios políticos, recordemos los escraches, los piquetes
intimidatorios, las presiones entre poderes y partidos, algunas actuaciones
independentistas, los acoso de la prensa y en las redes sociales. Es más, como
ya alguien ha recordado, ¿qué ocurre si quien incurre en esos comentarios desagradables es, por
ejemplo, un rapero? ¿Y si alega que, aunque a ti pueda ofenderte, es una forma libre de expresarse? ¿Es
libertad de expresión decirle cualquier cosa a una mujer en la calle si hace
cantando? ¿En ese caso “sí se puede”?
Como Martín
Ferrador hagamos del piropo poesía y del acoso y la ofenda, sea como sea, una
condena unánime.
Publicación de Martín Ferrador en una revista de principios del siglo XX |
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