El 10 de agosto de 1633 se
dicta en Jerez un curioso bando mediante el cual el Corregidor don Francisco de
Riaño y Gamboa y los caballeros veinticuatros, diputados de feria, don
Bartolomé Dávila y don Fernando Núñez de Villavicencio, decretaban en sus
principales capítulos lo siguiente:
“Que la citada feria habrá siempre de ser en el Barrio de
Santiago y calle del convento y frailes
de la Merced. Que las tiendas de zapatero, chapineros, buhoneros, etc., se
pusieran junto al citado convento, hasta el arco o postigo que llaman de la
Merced. Que en la parte contigua a la iglesia y capilla mayor de ella, se
pusieran las tiendas de plateros, de oro, perlas y plata labrada y demás cosas
tocantes a esto. En la calle abajo (en ambas aceras) de la dicha calle de la
Merced, estén las tiendas de las mercaderías, paños, lienzos, sedas y,
prosiguiendo con las tiendas y mercaderías lo que fuera necesario, por la calle
abajo hacia el convento de los religiosos de la Victoria y, después, siguiendo
por la Porvera hasta el sitio donde está el Boquete”. Para el ganado se señala
el sitio “que llaman de la Merced, tirando hacia la Puerta de Rota;
destinándole para aguaderos el Pozo de la Víbora y para pastos esas playas”.
Este bando vino a
raíz de un pleito de los propios vecinos del barrio de Santiago que habían
visto que su feria se había trasladado a la zona de la calle Tornería.
Recordemos que el rey Alfonso X, el Sabio, concedió a nuestra ciudad diferentes
privilegios, y uno de ellos fue, en 1287, la celebración anual de dos ferias
francas. Es decir, libres de impuestos y contribuciones. Una en abril y otra en
agosto coincidiendo con la festividad de la Patrona, la Virgen de la Merced, que
aún no contaba con fecha propia en el calendario y se celebraba, como tantas
otras, el 15 de agosto.
Nos disponemos a celebrar una nueva edición de la feria
jerezana, una feria que con el paso de los años ha tenido distintos marcos como
los aledaños del antiguo convento de San Agustín, la Alameda Vieja, el Hato de
la Carne, los Llanos de Caulina y por último el hermoso recinto del parque
González Hontoria.
Nuestra feria ya no necesita bandos que fije el lugar de
celebración porque ese parque, que un día creara el inolvidable alcalde don
Julio González Hontoria, es insustituible, tampoco necesita más privilegios
porque la feria en sí es ya un privilegio al alcance de todos y lo que si
necesita es a esos diputados de feria, que como los diputados mayores de
gobierno de las cofradías, ordenen y velen por la esencia de la celebración,
que no permitan que nada ni nadie altere la propia personalidad de la fiesta,
que luchen por engrandecerla y por hacerla cada año más espléndida. Diputados
de feria, no políticos aunque la campaña electoral obligue a ello, que sepan
ser los directores de todo este cortejo de luz y color que ya se pone en
marcha, sin horarios ni itinerarios, con cantes y flores, con elegancia y
señorío, con salidas y recogidas pero sobre todo con el arte y saber de una
fiesta que también hunde sus raíces en nuestra historia jerezana. Tan jerezana
como esas playas cercanas a la feria, que ya se mencionan en el bando de 1633,
y que en estos días han estado de plena actualidad.
(Artículo que publiqué el pasado domingo 10 de mayo de 2015 en INFORMACIÓN JEREZ y al día siguiente en VIVA JEREZ)
De cuando se celebraba la feria en los llanos de Caulina. |
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