Aquella
vieja estampa de la Virgen del Carmen, con su característico cartón duro de
fotografía antigua y su color sepia amarilleado, aún más, por el paso del
tiempo, siempre aparecía cuando en mis juegos infantiles curioseaba en la
deteriorada caja de cartón donde mi madre guardaba las entrañables fotos
familiares. Para mí aquella estampa era una más de cuantas guardaba mi madre
con el cariño y la veneración que le profesaba alas cosas sagradas, aunque de
una simple estampa se tratara. La estampa formó parte de la vida familiar
durante años junto a otras litografías antiguas de santos que pasaban de un
sitio a otro según los niños de la casa se encargaban de desordenar.
Un
día supe el valor de aquella vieja estampa de la Virgen del Carmen, mi padre me
lo contó, aquella estampa se guardaba con tanto cariño porque había sido
vivificante compañera cuando, en 1936, la Guerra hizo de este país el imperio
de la sinrazón, aquella estampa él la recordaba, en su Ceuta natal, en la tenue
luz de la noche junto a sus padres y su hermana cobijados bajo la cama mientras
sonaban sirenas y estallaban cercanas bombas. Aquella estampa compartió, con su
familia, carreras hacia los refugios entre luces de proyectiles y estruendos de
muerte. Aquella estampa de la Virgen del Carmen recibió lamparitas de aceita
llenas de súplicas en los momentos de pánico. Aquella estampa de la Virgen del
Carmen cruzó, de nuevo el Estrecho de Gibraltar, para volver a ese Jerez de
donde salió unos años antes esta familia por cuestiones de trabajo y que ahora,
regresaba en busca de una paz de la que carecía la ciudad caballa.
La
Reina de los mares acompañó a la familia a tierras jerezanas y allí siguió
amparándolos desde la vieja estampa y desde su camarín basilical que muy poco
antes, en julio de 1935, se había visto ocupado de nuevo con la Señora del
Carmelo, la misma que en 1931 tuvo que ser escondida en el hueco lúgubre de una
escalera para no ser salvajemente profanada por unos indeseables que, en
aquellos años de la República española, se dedicaban a asaltar iglesias y
destruir cuantas obras de arte religioso se encontraran por delante, y de cuya ira
no se salvó este magnífico templo basilical que fue devastado y destrozado en
mayo de dicho año ante la pasividad de las clases dirigentes de la República.
La
estampa de la Virgen del Carmen, con toda su historia, la conservo, porque
forma parte de la propia historia familiar y por-que cada 16 de julio esa
estampa cobra un protagonismo especial, por su vigencia en el tiempo, que, de una forma o de otra, todos tenemos una
deuda de gratitud con la advocación del Santo Escapulario. Para mí el reconocimiento
al amparo recibido en aquellos trágicos momentos de nuestra Guerra Civil, para
otros los motivos personales que sólo quedan
para su intimidad .Por eso cada 16 de julio es así, por eso Jerez es así con su
Virgen del Carmen, y por eso mañana se llenarán de fervores carmelitanos tantos
pueblos de Andalucía. Porque durante siglos ha habido muchas manos agarradas a
una estampa de la Virgen del Carmen, muchos niños que se han sentido más
seguros ante una estampa de la Virgen del Carmen y muchos que pensarán que
mañana podrán estar viendo la procesión y que en el futuro lo podrán hacer sus
hijos y los hijos de sus hijos porque un día hubo alguien que le antecedió en
el tiempo, que, como me ocurrió a mí, con una estampa de la Virgen del Carmen
se sintió seguro y creyó, como así fue, que con aquella estampa al lado de su
familia nada le ocurriría y estarían libre de cualquier peligro.
Esa
fe es la auténtica estampa del Carmen, la gran fiesta que viviremos mañana, la
estampa de tantos pueblos volcados con su Virgen marinera. Nuestra propia y
valiosa religiosidad, tan sencilla como verdadera, que nada ni nadie podrá
cambiar, ni hoy, ni ayer, ni nunca, por muchas iglesias que se asalten y por
muchos crucifijos que se quiten ahora de las escuelas.
(Artículo publicado en Información Jerez el 17 de julio de 2006, vísperas, como hoy, de la festividad de la Virgen del Carmen)
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