Los
calores de estos últimos días han obligado a muchos jerezanos a marcharse a la
costa buscando el ansiado fresquito que aliviara tan altas temperaturas. Pero
no todos han tenido el privilegio de acercarse a la orilla del mar donde la
brisa es una bendición de Dios. Al volver de la playa y entrar, ya de noche, en
nuestra ciudad, por la nueva rotonda que une Ia carretera de circunvalación con
la avenida Tomás García Figueras nos espera una estampa única, evocadora y
nostálgica, grupos de vecinas sentadas en hamacas de playa en los bajos de sus
bloques en cordial y agradables tertulias.
Esos
grupos de vecinas del polígono son la historia viva del Jerez que se resiste al
individualismo, de ese Jerez que huye de
tanto unifamiliar para hacerse verdadera comunidad, de ese Jerez que ya
no tiene patios con macetas y geranios, bombillas de cuarenta asomando por el
hueco del portón, ni cubos de cinc para baldear el ajedrezado suelo, ni sillas
de enea o las del comedor, si hiciese falta, dando asiento a esas noches de
verano entre el frescor del verde de las hojas
y las paredes encaladas aún calientes de sol. Todos los requisitos
necesarios para el disfrute nocturno de aquellas casas de vecinos.
Las
tertulias veraniegas del polígono merecen ser declaradas bien de interés
cultural porque son el legado de un pasado que nunca debe desaparecer, algo innato
al propio sentimiento andaluz. Las sillas de eneas se han sustituido por el
aluminio y el plástico de las butacas de playa, las bombillas de la casapuerta por
las farolas de la avenida y el patio con sus macetas por el acerado de la calle
y los poyetes de los portales. Pero la motivación de la reunión sigue siendo la
misma, tomar el fresco y convivir, que es lo que tanto hace falta en esta
sociedad cada vez más separatista, cada vez más independentista, cada vez más
de puertas para adentro. Y todo ello, con una lucha constante entre esas
tendencias sociales de vivir en círculos cerrados y nuestra propia esencia
andaluza de la cultura de la calle, del vivir la calle; porque nuestra tierra
nos obliga a ello, nos obliga su clima y nos obliga el propio ser andaluz que
necesita hablar y comunicarse para intercambiar y comentar sus penas y sus
alegrías, porque para ello somos un pueblo abierto, curtido por distintas civilizaciones
y por la propia naturaleza, tan abierto que a veces hasta intoxicarnos con
humos que nada tienen que ver ni con lo que somos ni con lo que sentimos.
Merece
la pena agudizar nuestro ingenio para que no se pierda nunca esa riqueza
convivencial, esas charlas a la puerta, que parecen tan simples pero que llevan
consigo toda una lección sociológica. Cuántas mujeres solitarias esperarán la
caída de la tarde para coger su butaquita y bajar un rato en busca de compañía
y cuántos malentendidos se habrán aclarado en esas noches de tertulia, cuántos
descubrimientos de personas que, viviendo cerca, apenas se conocían. Las noches
del polígono, como de tantos otros lugares de Jerez donde sigue conservándose
la buena costumbre de salir a la puerta de la casa para disfrutar del fresco y
la convivencia, dan vida a un Jerez costumbrista entre bloques de ladrillo y
ruidos de coches, son la estampa del ayer en el Jerez de hoy, lo que fuimos y no queremos dejar de ser.
Esas
animadas tertulias entre batas de colores, con siete mujeres charlando y un
hombre callado, donde ni hay una butaca igual y con unos horarios que, sin
haberlos fijado nadie, todos saben cuales son, expresan mucho más de lo que parece,
porque dan a entender mucho de nuestra idiosincrasia.
Jerez
es así porque nuestras gentes son así, abiertas y sencillas como esas vecinas
del polígono y su charla cordial, sin necesidad de dinero ni composturas, tan
naturales como ellas son. Si ellas fueran el Ayuntamiento, de seguro, que, en
esas noches, al frescor del polígono, porque saben de Jerez, solucionarían
mucho de los problemas de la ciudad que parecen insalvables.
(Artículo publicado en Información Jerez el 9 de septiembre de 2006. Las vecinas de San Benito siguen cada tarde de verano sacando sus butacas de playa a la calle y al frescor del polígono)
Tía Anica -La Piriñaca-, recordada cantaora flamenca, tomando el fresco a la puerta de su casa de Jerez. |
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