Aún
recuerdo aquella mañana de mi ingreso en primaria en el colegio La Salle de la
Alameda Cristina. Tras un cursillo durante el verano en la clase de primero con
D. Manuel Diosdado, ya que gracias a las enseñanzas de la señorita Isabel,
aquella profesora que venía a casa todas las mañanas, me permitieron
incorporarme directamente al segundo curso, que dirigía entonces el jovencísimo
profesor D. Pedro Aníbal, el que con los años sería el primer director seglar
de la Escuela de San José.
Al
traspasar aquella reja que delimitaba el patio exterior, el vestíbulo con la
librería al fondo donde el hermano Julián despachaba textos de Bruño, reglas de
madera y cuadernos, y el elegante patio que un día fuera del Hospital de la
Candelaria con sus columnas de mármol, sus arcos de medio punto y su enlosado
blanco y negro, todo tuvo su misterio hasta que tocó la campana y nos pusieron
en fila mirando a la clase. Era aquella misma fila de cada mañana con rectitud
casi militar, con la distancia entre compañeros que marca la largura del brazo,
con himnos patrióticos como aquel de "Isabel y Fernando el espíritu
impera, vamos siempre gloriando la sagrada bandera. Esta España gloriosa
nuevamente ha de ser la nación poderosa que jamás dejó de vencer.....",
cuando aún la palabra España no molestaba ni en los nombres de las barriadas, y
para entrar en clase la marcha de voluntarios, que un día un bromista hizo
cambiar por el 'Vivo cantando" de Salomé para regocijo del personal,
quizás porque nadie le sacó connotaciones políticas. Luego cada alumno a su
pupitre de madera, con asientos de listones y tapa abatible hacia arriba donde
se guardaban los libros, su pequeño hueco circular para el recipiente de la tinta
china, aunque en aquella época, finales los sesentas, los bolígrafos BIC ya
estaban haciendo furor.
Más
de ochenta niños formaban mi clase y a todos hubo que encajarlos en un aula que
entonces me parecía inmensa y que hoy sería muy difícil de imaginar para tal
cantidad de alumnos. La luz mañanera de los grandes ventanales que daban a la
calle San Juan de Dios alumbraban aquellas caras de flequillos a lo Marcelino y
corbatitas con elásticos, que entre el desconcierto y cierto temor hacia lo
desconocido dejaban sobre el costado de sus pupitres las estrenadas maletas de
material duro y grandes hebillas.
Con
los primeros cursos de Primaria llegarían los nuevos amigos, el tiempo de
recreo, las chucherías en el puesto de Ana, junto a los servicios del patio;
las caras de aquellos profesores de los chicos D. Gervasio, D. Camilo de Caso,
el hermano Ricardo; el hermano Enrique, el Prefecto, y el hermano Juan Delgado,
el entrañable director de las bolitas de anís. A todos ellos era más fácil conocerlos
porque los del Bachillerato, aunque sólo estaban en el piso de arriba, parecían
casi inalcanzables.
(Artículo publicado en Información Jerez el 13 de septiembre de 2008. Ayer se inició un nuevo curso y mi hija enfila ya su recta final en primaria.)
Articulo lleno de buenos recuerdos y mucho cariño. Increible como todos esos pequeños momentos se graban en nuestra mente y nos devuelve esas imagenes, olores, sonidos y recuerdos en fraccion de segundos, siempre eternos. No podria ser descrito con mas dulzura. Encantador. Un abrazo,
ResponderEliminarAlfonso