“El
silencio, la paz, la armonía, son expresión de una misma realidad. No creáis
que el silencio es mudo o vacío, no, el silencio es vivo, es vibrante y habla y
canta. Pero sólo lo oímos cuando cesa el ruido. Gracias a la contemplación, la
oración, la meditación, llegaremos un día a oír la voz del silencio”.
La vida cotidiana actual, sobre todo en las grandes
conglomeraciones urbanas, nos demuestra que el silencio es casi un bien
inexistente. Ya sea por el alboroto del tránsito, de las charlas de las
personas, de diferentes ruidos que tienen que ver con la vida cotidiana, es muy
difícil lograr silencio total en áreas urbanas.
El bullicio en muchas ocasiones nos
aturde. Lo más grave es que ya nos hemos acostumbrado a todo tipo de ruidos que
perjudican la comunicación. Casi hemos olvidado la posibilidad del
silencio y el silencio es el gran
maestro que nos enseña a escuchar, a comprender. Hay muchas formas de comunicación
en las cuales no se requiere del habla, ya que la comunicación sucede no solo a
través de las palabras sino también por el sentimiento. La Semana Santa es una
celebración que necesita del silencio porque para entenderla hace falta saber
escucharla y sentirla.
Llega la Semana Santa y con
ella, entre tantos sonidos y a veces ruidos, llegan días también días para el
silencio. El Papa Benedicto XVI, entre sus enseñanzas habló de la importancia
del silencio: “los Evangelios nos presentan con
frecuencia al Señor que se retira solo, lejos de los discípulos y de la
multitud, a un lugar apartado para orar”, y “la gran tradición patrística
enseña que los misterios de Cristo están ligados al silencio y sólo en el
silencio la Palabra puede acampar entre nosotros”.
Hay que recobrar el silencio de la ciudad en
estos días santos, silencio para escuchar las melodías musicales de las bandas
y los tríos de capillas, silencio para compartir los rezos que se hacen saetas,
silencios para captar la voz del capataz y el racheao de los pies de los
costaleros, silencios para los cerrojos de los templos que se abren y se
cierran, silencios para inmiscuirse en la grandeza de los Sagrarios
engalanados, silencios para el chispear de los cirios y el crujido de las
parihuelas, silencios para el golpear de las bellotas en los varales y para el
tintineo de las campanillas de los candelabros de cola, silencios para que
resuenen los rezos y las plegarias, silencios que nos permiten escuchar la
esencia de nuestra Semana Santa, sus momentos sublimes, su grandeza íntima.
Los jerezanos tenemos el reto de
reorganizar el silencio de nuestra Semana Mayor, de acallar el aturdidor
murmullo de los palcos, los comentarios discordante en los momentos de
recogimiento, los gritos malsonantes y todo aquello que impide disfrutar de los
verdaderos sonidos de la más importante de todas las semanas.
El silencio va unido a la propia
existencia humana, cuando nacemos vivimos un tiempo en silencio en el vientre
de nuestra madre, luego, poco a poco, nos vamos contagiando del ruido que nos
rodea para al final volver a un eterno silencio que solo habla por el
sentimiento y por aquello que fuimos.
Dejemos, pues, en estos días espacios
para el silencio y que hablen los sentimientos. Dejemos el ruido aparcado estos
días y hagamos la propuesta firme de mantener silencio para poder escuchar la
voz de Dios a través de los sonidos que hacen grande nuestra simpar Semana
Santa.
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado domingo 24 de marzo de 2013)
Fotografía histórica del Señor de las Penas de la jerezana Hermandad del Desconsuelo, conocida en la antigüedad como la Cofradía del silencio. |