Han
pasado los meses y las estaciones en la paciente espera; el Adviento nos avisó
que se acercaban los tiempos, la Epifanía nos dijo que el mensajero allanaría
el camino del que habría de venir como fuego de fundidor con el poder y la
gloria en sus manos, la Candelaria fue la llama viva que nos alumbró el
posterior sendero y la Cuaresma nos ha llevado de la mano a una nueva Semana
Santa, a los días grandes de la ciudad. Los jerezanos, que han guardado durante
todo un año los sentimientos vividos desde que el último nazareno del 2018 se
despojara de su túnica, han esperado, como el centinela a la aurora, la mañana
de los días santos, mañana de alegría cuando el tiempo no nos inquieta, mañana
de luz distinta, mañana para recorrer viejas calles y nuevas avenidas, para
quedar absortos ante los pasos ultimados que acompañarán a los hermanos en su
testimonio de fe. Una vez más, la Semana
Santa estará ante los ojos para asombro de todos, como manifestación de una fe
popular de siglos y como salvaguarda de gloriosas tradiciones. Un prodigio que no se explicaría si no fuera
la misma proyección del alma de la ciudad que, cuando llega la hora de la
verdad, sabe defender lo que considera consustancial con ella misma.
El
recordado canónigo de la catedral de Sevilla Eugenio Hernández Bastos, gran
admirador de las cofradías, escribió hace años que la Semana Santa es un
entramado riquísimo de valores, una exaltación única del sentimiento religioso,
un recóndito latido de fe y de amor que convierte las calles en templos llenos
de fervor popular. Una maravilla armónica y total, creada por un pueblo que
piensa y siente por los ojos, también con el sentimiento cuando es capaz de abrir
su corazón a esa explosión de los cinco sentidos que es la cofradía en la
calle.
En
la Semana Santa lo espectacular es lo de menos, con ser mucho, y lo de más, su
vida e interior latir. Apreciamos en ella la fuerza vital, íntima que le viene
de todo el año, donde todo tiene su significación y glosa: desde el oro del
manto bordado hasta la gracia del pañuelo en la mano de la Virgen. Para
comprenderla hay que contemplarla abriendo bien los ojos, los ojos de cristiano
de fe, que ven donde los demás no ven nada.
El
mundo actual se halla en un una manifiesta decadencia religiosa y moral. Se han
contaminado zonas inmensas, hasta ahora inmunes. Por eso tiene aún más sentido
la Semana Santa, el gran testimonio de amor que nos ofrece a todos la contemplación
de los misterios pasionales. Por eso se precisa ver al cristiano cofrade
avanzando por la vida siendo cruz de guía para el hombre que ha perdido la fe,
para el que endureció sus entrañas y para todos los desorientados y angustiados del mundo.
Se
abre la ciudad a unas horas que se han parado en todos los relojes porque no
solo conmemora, reconstruye la Pasión, sino que la vive con todos sus gozos y
sus sombras. Todo se abre y se pone en pie esta semana que escogió la historia
para cambiar el mundo, para que sea, por tanto, entre todas la mayor por cuanto
significa. Prodigio patente que se renueva cada año cuando también la Semana
Santa se abre a la ciudad.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado Domingo de Ramos, 14 de abril de 2019) El Cristo de la Expiración saliendo a recorrer la ciudad. |
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