Días pasados tuve la oportunidad de visitar, por vez primera, el Salón de Plenos del Ayuntamiento jerezano. Un amplio espacio levantado entre 1687 y 1696, por los maestros Rodrigo de Pozo y Jerónimo Moreno, con el fin de que sirviera de capilla del desaparecido hospital de San Bartolomé, fundado por los hermanos de la Santa Caridad en 1684 y cuya construcción se extendió durante el siglo XVIII y parte del XIX.
Junto a la capilla se encuentra el antiguo edificio hospitalario a donde se trasladó el Ayuntamiento en 1840, uniéndose al noble edificio renacentista del llamado Cabildo Viejo existente desde el siglo XVI. En el interior de la misma, a pesar de las distintas restauraciones, aún se conservan los vanos ciegos rematados con arcos de medio punto que albergaría los retablos y la cantería de la bóveda. En el lugar donde se situaba el presbiterio es al reservado actualmente para la corporación municipal. En los clavos de la puerta y en los herrajes de primitivos balcones se puede observar el corazón rematado con una cruz, emblema de la Santa Caridad.
La Hermandad de la Santa Caridad, a cuya expensa se levantó el edificio, una de tantas aportaciones como las Hermandades han realizado al patrimonio monumental de la ciudad, tenía como fin, además de atender a los enfermos e impedidos, cuando no existía ni Seguridad Social ni ningún tipo de atenciones hospitalarias por parte del poder público, el de dar albergue a los peregrinos que se encontraban sin techo para cobijarse, dar sepultura a los difuntos sin familia en un loable gesto de caridad cristiana, prestar asistencia a los ajusticiados cuando eran despreciados por la propia sociedad, además de mantener un comedor benéfico. Encomiable cometido de servicio a la ciudad que, desde hace cinco siglos y adaptándose a los tiempos, continúan aún las Hermandades.
Estando en el Salón de Plenos municipal se me vino a la mente lo que podrían contarnos aquellas paredes de penalidades, de enfermedades del alma y del cuerpo, de peticiones y promesas, cuantos encontrarían entre aquellos muros un lugar apropiado para no pasar frio, cuantos serían atendidos por aquellos miembros de la Santa Caridad en sus tribulaciones y necesidades. La historia parece que está condenada a repetirse y otra vez el viejo hospital de la Santa Caridad se llena de personas que piden justicia en una sociedad que sigue haciendo pagar a unos los errores de otros, en la que siempre se perjudica el más débil, en la que para que unos vivan o hayan vivido muy bien otras tengan ahora que pasar necesidades.
En los balcones y los clavos de la puerta del Consistorio jerezano siguen esos corazones crucificados con su eterno mensaje de que aún tiene mucho que recorrer este mundo de hoy para que verdaderamente sea justo. Que la Santa Caridad no desapareció cuando aquellos hermanos, establecidos junto a la Puerta Real de la ciudad, dejaron de ejercer su noble misión y el edificio pasó a ser la casa de todos, el Ayuntamiento de la ciudad, sino que sigue siendo necesaria. Solo hay que ir estos días a la calle Consistorio y frente a los emblemas de la Santa Caridad, comprobar que no solo hace falta Templanza, Prudencia y Fortaleza para gobernar una ciudad, sino también Justicia, tal como representan, muy cerca de allí, esas cuatros figuras que coronan los renacentistas ventanales de la plaza de la Asunción, en la parte noble de las Casas Consistoriales. Esperemos que, entre todos, aquel viejo edificio, antiguo Hospital de la Caridad, deje de una vez su antigua misión caritativa para convertirse en un auténtico palacio de justicia.
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado domingo 5 de febrero de 2012 y al día siguiente en VIVA JEREZ)
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