La ciudad de Jerez de la Frontera posee un maravilloso elenco de imágenes nacidas de la maestría de numerosos escultores e imagineros que a través de los siglos han contribuido al enriquecimiento artístico de la ciudad. Muchos de esos artistas han realizado sus obras fuera de esta ciudad y otros -los menos- han establecido taller y casa en Jerez dada la aceptación de su obra, pero pocos son los nacidos aquí que cogen fama y prestigio en su tierra. Si excluimos la labor imaginera jerezana del siglo actual, producida en su mayoría en la capital hispalense, y centrada primordialmente en lo que a nuestra ciudad se refiere, por la importante producción realizada por el escultor e imaginero jerezano Francisco Pinto Berraquero, que por su abundante y prolífera obra, ha escrito y continúa escribiendo toda una página de oro en la historia escultórica e imaginera local; y si excluirnos, así mismo, la labor de los jerezanos Manuel Jesús Domecq en la escultura y Manuel Prieto en la imaginería, poco o casi nada es lo que conocemos de la contribución local a estas dos ramas del arte.
Varias pudieron ser las motivaciones para que el arte escultórico jerezano no brillara por luz propia. Por un lado la importante influencia, que a través de los siglos ha tenido la escuela sevillana, foco de realización y centro de producción de arte religioso que al contar con el apoyo de la sede de la Archidiócesis hizo centralizarlo todo en Sevilla y casi anular cualquier otro centro de iniciación artística. Así mismo el concepto creado a través de siglos de que, dada la fama del arte hispalense, cualquier obra no nacida de esta escuela carecería de un mínimo valor artístico; motivando así una escasa demanda entre los artistas locales y obligándolos a trasladar sus talleres a la capital, única oportunidad para abrirse camino en el mundo del arte.
Motivo, también, de esta escasa información sobre la imaginería local es la cantidad de obras indocumentadas que posee el patrimonio local, producto quizás de la poca consideración que los propios autores daban a sus obras por el mero hecho de no haber sido realizadas en un foco artístico de importancia.
Este desprestigio de la escuela artística local trajo como consecuencia que obras de inmejorable mérito estuviesen atribuidas a artistas afamados en tres escuelas artísticas, desvalorizando la propia producción local.
Por todo lo reseñado es difícil encontrar la raíz de la contribución de Jerez al arte imaginero. En últimas investigaciones ha salido a relucir el nombre de Francisco Camacho de Mendoza como escultor imaginero jerezano del siglo XVIII, que podría ser el autor de varias obras indocumentadas, existen no sólo en Jerez sino incluso en nuestra provincia, verificación echaría por tierra muchas atribuciones infundadas, en la mayoría de los casos carentes de cualquier rigor artístico.
De lo poco conocido que Jerez aporta en épocas pasadas al mundo imaginero hay un nombre Alonso Álvarez de Albarrán, desconocido en su tierra pero profundamente valorado en los años que desarrolló sus dotes de artista y escultor, dada su condición de discípulo del gran Juan Martínez Montañés. Toda la documentación que se conoce sobre este autor se enmarca entre los años 1611 y 1645, fecha probable de su fallecimiento, siendo por lo tanto el autor jerezano, conocido, de imágenes procesionales, que por los motivos expuestos anteriormente se trasladaría a Sevilla para aprender las técnicas del arte escultórico.
Natural de Jerez de la Frontera, se sabe que en 1611, su padre carpintero de profesión lo coloca como aprendiz en el taller de Martínez Montañés, independizándose probablemente hacia el año 1620, pues según nos relata Fuensanta García de la Torre en su Estudio Histórico-artístico de la Hermandad del gremio de los toneleros de Sevilla, fue en el año 1622 cuando consta el arrendamiento de unas casas a las monjas de San Clemente de Sevilla (seguramente para montar su propio es estudio), especializándose en esos primeros años en trabajos de escultura decorativa en piedra, ya que en 1624 realiza la ornamentación de la escalera del antiguo convento de la Merced- actual Museo de Bellas Artes de Sevilla y recientemente restaurada-. En ese mismo año sería testigo del contrato de Martínez Montañés para el retablo del Convento de Clemente. En 1626 ejecutará la imagen en piedra de San Alberto que se encuentra en la fachada de la iglesia sevillana del mismo nombre, más conocida como Oratorio de San Felipe Neri. Su última obra escultórica conocida es de 1635, la realizada en piedra para la fachada de la iglesia de la Consolación, patrona de Utrera, siendo entonces vecino de la collación de San Lorenzo de Sevilla.
Como imaginero sólo se conoce su autoría sobre la Virgen de la Virgen del Mayor Dolor de la sevillana Hermandad de la Carretería. Esta imagen también llamada antiguamente como Virgen de las Tres Necesidades, “advocación vinculada a los Evangelios Apócrifos que representan el momento inmediato al descendimiento de Cristo, cuando María necesitaba pata bajar y dar sepultura al cuerpo del Hijo, escalera, sábanas y sepulcros” fue realizada en 1629, concretamente y según los archivos de la Hermandad, el 12 de Abril de 1629 se “contrató esta obra con el escultor Alonso Álvarez siendo alcaldes de la cofradía Alonso Sánchez Santa Cruz y Juan Pérez, Mayordomo Melchor de Rivera, al precio de cuatrocientos reales".
La obra en sí se encuadra en la mejor época de la imaginería andaluza posterior a la sevillana Virgen del Valle (Juan de Mesa 1620) y anterior a la portentosa imagen de la Virgen de la Amargura (segunda mitad del siglo XVIII). Su autor, Alonso Álvarez de Albarrán también conocido como “ el mozo", contemporáneo de los grandes imagineros del siglo de oro de la imaginería andaluza (Martínez Montañés, Juan de Mesa, José de Arce, Francisco de Ocampo, Juan de Oviedo…..) demostró en esta obra toda su experiencia y sapiencia artística ganándose un puesto destacado en la historia de la imaginería artística y procesional.
La Virgen sevillana del Mayor Dolor que comparte titularidad con el Santo Cristo de la Salud, meritoria obra atribuida a Francisco de Ocampo, sale procesionalmente la tarde del Viernes Santo hispalense desde la capilla de la Carretería, ubicada en la calle Valflora del popular barrio del Arenal,, formando parte de la antigua cofradía de los toneleros de Sevilla.
Cofradía de clásico estilo decimonónico, la imagen procesiona bajo severo palio y manto copia del que realizaron las hermanas Antúnez en 1886 y que desgraciadamente desaparecieron en un incendio fortuito acaecido en el año 1955 en el local donde se guardaba. La Virgen luce corona del orfebre Manuel Román Seco, estrenada en 1962.
La imagen iconográficamente es obra de candelero para vestir, sólo tiene tallada cabeza y manos. Su rostro, de rasgos muy expresivos, sirvió de inspiración para escultores posteriores sobre todo a finales del siglo XVIII, ejemplos vemos en la obra de Blas Molner y Gabriel Astorga. La peculiaridad de sus ojos enrojecidos, hinchados y cargados de lágrimas nos delata su inclusión en el drama de lo barroco. Su cabeza exquisitamente tallada delata en el autor la maestría de Montañés y su mirada suplicante supuso toda una nueva concepción de imaginería procesional mariana.
Alonso Álvarez de Albarrán,, escultor jerezano discípulo del "Dios de la madera" el genial Juan Martínez Montañés' pasó a la historia como tantos otros, por su obra, fuera de la tierra que lo vio nacer.
Las últimas referencias a su persona datan de 1645 cuando su ya viuda Sebastiana de Eraso, arrienda las casas que fueron de su propiedad.
Su obra, durante muchos años desconocida, llegándose incluso a atribuir su producción a otros autores, ha llegado hasta nuestros días gracias a la labor de investigación de los estudiosos hispalenses Gómez Piñol, Francisco Contreras y F. García de la Torre.
He de desear que nuevas investigaciones aporten mayores datos sobre tantísimas obras de inestimable valor artístico que atesora nuestro patrimonio y se encuentran faltas de documentación. Así podrá hacerse un verdadero estudio de aportación de Jerez al mundo de la escultura y a la imaginería.
(Artículo publicado en el número 6 del ANUARIO DE ESTUDIOS HUMANÍSTICOS TRIVIUM corresponiente a noviembre de 1994)
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