De un tiempo a esta parte se
viene hablando mucho sobre la simbología religiosa en espacios públicos. Todo
ello en aras de un laicismo mal entendido que, a veces, toca el extremismo. No
nos podemos explicar a nosotros mismos, ni quiénes somos, ni por qué somos como
somos, ni la Europa en que vivimos si no aceptamos el peso de la religión
católica en la construcción de Occidente. Por lo menos, conocer de dónde
venimos y los porqués de nuestra historia nos ayudaría a comprender el presente
y evitar errores en el futuro.
Imaginemos por un momento si suprimiéramos en
Jerez todo lo religioso que estuviese relacionado con espacios públicos. Habría
que empezar por suprimir más del noventa por ciento del calendario festivo de
la ciudad. La Navidad, que conmemora el nacimiento de Jesucristo, con sus
Belenes, sus Zambombas, sus comidas, sus productos navideños, sus pagas, los
Reyes Magos, sus regalos y toda la economía que rodea estas fiestas. San Antón
y la bendición de los animales. La Semana Santa y todo lo que las cofradías
mueven durante el año en todos los aspectos. Las fiestas patronales, las del
Corpus y todas aquellas otras que tienen un fundamento religioso. Incluso los
domingos, que tienen también un sentido cristiano. Pero es que si queremos
eliminar de los espacios públicos simbologías religiosas habría que demoler
todos los templos que se prodigan por
las calles y plazas de la ciudad, (ya en China
hubo intención de ello por
el rápido crecimiento del cristianismo).
También habría que cambiar ampliamente la nomenclatura de calles y plazas,
entre advocaciones, santoral y personalidades pertenecientes al catolicismo.
Pero es que además acabaríamos con un gran número de costumbres y tradiciones
que son públicas y tienen una base religiosa. Incluso nuestra Feria del Caballo
se vería seriamente mermada si se apartaran de ella todo lo que tiene que ver
con la religión, desde casetas de Hermandades hasta las marcas que llevan
nombres religiosos como la Cruzcampo. Parece broma pero sólo pensarlo ya nos
resulta de risa el querer ir en contra de algo que pierde sus raíces en nuestra
historia, en nuestra cultura y hasta en nuestra propia forma de ser: la cultura
cristiana que es la que nos ha hecho ser como somos. Si Europa olvida
sus raíces, se expone a no vivir
históricamente, en el sentido más profundo de esta expresión. Y algo
análogo cabe decir de todos los pueblos de Occidente.
Querer cambiar a estas alturas toda nuestra cultura
no es posible, la cultura cristiana desborda lo privado para hacerse presente
irremediablemente en lo público.
Ahora que estudios realizados en
Marte, el planeta rojo, nos hablan de que puede ser un lugar habitable, abre la
posibilidad de establecer allí todo lo que tiene que ver con un laicismo
extremista y dejar a Occidente con esa cultura cristiana que ha configurado su
propia identidad. De esto me he acordado estos días escuchando a la chirigota
"Los del planeta rojo, pero rojo, rojo" ganadora este año de 2017 en
el concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz, en especial de aquella letra
que ellos mismos cantan y que dice así: “Llegaron
ya los perroflautas del espacio sideral. Venimos de un planeta Rojo, pero rojo
de verdad. Venimos a invadiros. Vuestro planeta va a caer en nuestras manos. Igual
que Chipiona en el verano cuando llegan los sevillanos. Terrícolas, temblad,
temblad, temblad”.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 5 de marzo de 2017 y ayer en VIVA JEREZ)
En este grabado de 1630 ya se aprecia como las torres de los templos jerezanos recortan su horizonte. |
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