Los
orígenes de la laicidad en realidad se remontan al judeocristianismo. En las
actuales democracias liberales los Estados suelen configurarse de un modo
similar ante el hecho religioso. Llamamos laicidad o aconfesionalidad a
esa configuración jurídico-política de los países occidentales. La laicidad del
estado no debe equivaler a hostilidad o indiferencia contra la religión o
contra la Iglesia. Más bien dicha laicidad debería ser compatible con la
cooperación con todas las confesiones religiosas dentro de los principios de
libertad religiosa y neutralidad del Estado. La base de la cooperación está en
que ejercer la religión es un derecho constitucional y beneficioso para la
sociedad. Se puede defender el laicismo sin
“sectarismo” ni “comportamientos antirreligiosos”.
España
no es un estado laico, es aconfesional, ya que la tradición y cultura española
tienen su arraigo en la religión católica, un país aconfesional de mayoría
católica por lo que las manifestaciones en la calle de la religión mayoritaria
ha sido desde tiempo inmemorial algo habitual, independientemente de los
distintos regímenes políticos en los que ha encontrado más o menos apoyo. La
propia Constitución española establece que. “Ninguna confesión tendrá
carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias
religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de
cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.”
A nadie
escapa que la Semana Santa en España, y en estos días podremos comprobarlo, como expresión popular que vive
mayoritariamente el conjunto de la sociedad sobre todo en el sur, es un
verdadero dique de contención frente a las corrientes laicistas extremistas que
tratan de recluir la religión a un ámbito estrictamente privado desterrando
cualquier expresión religiosa del espacio público.
En
esta nueva Semana Santa que ahora comienza lo religioso se magnifica, la ciudad
se hace templo, las calles son el marco para esa ceremonia de culto público que
exteriorizan cada cofradía. Las cruces, los hábitos, los rezos, las promesas,
la liturgia y la fe lo llena todo. Tradición y creencias de siglos que moviliza
a miles de personas en torno a Cristo y a María. Imágenes sagradas que, al
llegar Semana Santa, llenan calles y plazas públicas, espacios que son de
todos, donde, desde siempre, el pueblo fiel a su historia, en su inmensa
mayoría, ha querido que esté. Los políticos saben que la Semana Santa es
intocable, contra ella no pueden ni el poder civil, ni siquiera el religioso y
menos aún las corrientes laicistas que rozan lo antirreligioso. Los propios alcaldes que, antes de acceder al cargo, declararon la guerra
a todo lo que significaba la presencia religiosa en lo público, como consigna
política, terminaron, presidiendo pregones y procesiones, visitando templos
escuchando oraciones y arropando por las calles la fe de nuestros mayores. Signo
inequívoco del necesario apoyo a una conmemoración religiosa que forma parte,
incuestionable, de la historia, de la tradición, de la cultura y también de la
creencia de ese pueblo del que se sienten representantes.
Jerez, como
muchos pueblos y ciudades, cada Semana Santa vuelve a revivir el milagro de la
primavera. Los Crucifijos, que en algunos espacios públicos fueron retirados y
permanecen almacenados, se hacen presentes entre un inmenso gentío. Jerez, un
año más se hace procesión, proclamando a los cuatro vientos sus propias raíces
cristianas. En estos días de Semana Santa la calle es mas de todos que nunca,
tan de todos que también es de Cristo.
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 9 de abril de 2017, Domingo de Ramos y al día siguiente en VIVA JEREZ)
No hay comentarios:
Publicar un comentario