Ávila,
ciudad amurallada cual Jerusalén, acoge desde el Viernes de Dolores hasta el
Domingo de Resurrección 15 procesiones con 39 pasos acompañadas por miles de cofrades
que conforman las 14 hermandades. Todo ello con la presencia masiva entregada
de los abulenses y de sus numerosos visitantes que han hecho de la Semana Santa
de Ávila, declarada desde 2005 de Interés Turístico Nacional,
un acontecimiento vital y emocional más allá de la secular tradición litúrgica
y de la visión plática de su ornato. Sin embargo carece de algo que la haría
aún más atractiva, una Carrera Oficial como la de tantas ciudades andaluzas, el
problema el clima desapacible que no permite estar mucho tiempo sentado
contemplando el paso de procesiones.
En
Cantabria ya hubo una pequeña revolución el pasado año cuando el Ejecutivo que
preside Miguel Ángel Revilla aprobó un acuerdo por el que los alumnos de
Primaria y Secundaria pasaban de tener tres trimestres a cinco bimestres, con
una semana de vacaciones entre ellos. Además, el curso comienza ahora antes y
acaba después por lo que el parón veraniego reduce su duración a poco más de
dos meses. Un modelo impensable de trasladar al resto del país dado la
diferencia climática entre las distintas regiones del norte y del resto de
España.
En
Andalucía la Dirección General de Ordenación
Educativa de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía ha librado,
esta pasada semana, una circular destinada a los centros educativos informando
de que, dada la situación excepcional de "ola de calor" que se estaba
sufriendo en todo el país y las altas temperaturas que se registraron en
algunos territorios de la geografía andaluza, se consideró justificada la falta
de asistencia del alumnado al centro durante los días que restaban para la
finalización del periodo lectivo ordinario, siempre que se comunicara a la
familia del alumno.
El clima condiciona el desarrollo normal de las actividades de
la sociedad en general. En el sur sabemos bastante de eso, aún
recuerdo aquellos cursillos de verano que realizábamos los alumnos de La Salle,
en la más que jerezana Alameda de Cristina, cuando o bien por alguna enfermedad
o por algún que otro suspenso, necesitábamos recuperar en verano lo que no se
había podido conseguir en invierno. El vetusto edificio, que antes sirvió de
hospital de la Candelaria, con sus grandes ventanales y anchos muros, nos
paliaba la canícula veraniega junto a los chorros del bebedero del patio interior,
único refrigerio. En las clases ni aire acondicionado, ni ventiladores, ni
normativa alguna sobre temperaturas, ni nada que garantizara una buena
climatización. La verdad que estábamos tan acostumbrados a tener calor en
verano y frio en invierno que ni me acuerdo de haberlo pasado mal por motivo
del clima. Eran otros tiempos, no
sabemos si mejores o peores, pero si distintos, donde el calor sería el mismo
pero sin efectos de cambios climáticos y capas de ozonos por motivos de la
contaminación.
Los
tiempos cambian y las circunstancias también. El clima, según donde vivamos,
nos sigue obligando a alterar los planteamientos. El bienestar de nuestros
hijos en sus centros educativos es una prioridad y hoy ya no se concibe ni el
estudio ni el trabajo con temperaturas insoportables. La solución está en manos
de la administración ya que como han venido reclamando los padres de los
alumnos sevillanos “queremos para nuestros hijos aulas y no saunas”.
Patio del desaparecido colegio La Salle en la Alameda Cristina. |
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