El Edicto de Milán del 313 supuso un gran cambio para los
cristianos. Tras su promulgación Constantino
decretó la libertad religiosa en el Imperio romano y también trajo
consecuencias en el mundo del arte. Nació la nueva arquitectura
eclesiástica. Los cristianos no podían aprovechar los templos
paganos primero por su uso y después por su espacio interior. Por todo ello se tomó la decisión de cristianizar la basílica romana. Este edificio había
sido utilizado como tribunal de justicia y lonja comercial, pero su disposición
permitió adaptarlas como iglesias.
Con
independencia de su trazado arquitectónico, una iglesia puede titularse
basílica por prerrogativa del Romano Pontífice. Así, en sentido litúrgico, son
basílicas todas aquellas iglesias que, por su importancia, por sus
circunstancias históricas, o por aspectos de cierto relieve, obtengan ese
privilegio papal. Se distinguen las basílicas mayores y las basílicas menores.
Las basílicas mayores están todas en Roma. Tienen un
altar mayor para el uso exclusivo del Papa (y de otros en casos especiales con
su permiso) y tienen una Puerta Santa
la cual se pasa para ganar las indulgencias durante los años jubilares. Muchas
iglesias por todo el mundo han sido designadas por el Papa como basílicas
menores. En Roma hay once
basílicas menores. Esta distinción como basílica menor le otorga a los templos
el derecho a lucir en el altar mayor dos signos de la dignidad papal y la unión
con la Santa Sede: el conopeo y el tintinábulo. Además, el Santo Padre
concede a la comunidad que rinde culto en la basílica una serie de gracias
especiales. Para que un templo pueda alcanzar el título basilical, debe reunir
tres requisitos: Debe ser un templo de regio esplendor, foco espiritual de una
comunidad que es santuario para la multitud de devotos que acuden a él y que
bajo sus bóvedas, posea un tesoro espiritual y sagrado, dando culto
ininterrumpido al Señor, a la Virgen y al Santo venerado en él.
Todos
estos requisitos se le reconoció, hace justamente cincuenta años, a la jerezana
iglesia del Carmen, desde donde cada 16 de julio sale a la calle uno de los
tesoros devocionales más importantes de Jerez, la Reina del Carmelo. Fue el 28
de junio de 1967 cuando, en Roma, se firmaba el Breve Pontificio Actuosae Pietatis, de S.S. Pablo VI en
el que se declaraba basílica menor el templo de Nuestra Señora del Carmen de
Jerez de la Frontera, siendo promulgado el día de la Inmaculada de aquel año. Se
une, por tanto, las bodas de oro de esta elevación a la condición basilical del
templo jerezano del Carmen con la efeméride de los cuatrocientos años del voto
inmaculista que celebra nuestra ciudad en este año de 2017.
Y qué mejor manera de felicitar por este
cincuentenario basilical a todos los que de una forma o de otra se sienten
carmelitanos, que reproduciendo un precioso poema salido del genio poético de
José María Pemán y que está dedicado a la Virgen del Carmen, la Virgen
marinera, que huele a marisco y sal en esta ciudad tan cercana al mar, la
emperatriz de Jerez: “la que llamaban
Señora y Capitana al rezar, los abuelos que tenían claras almas de cristal bajo
la recia envoltura de sus capotes de mar; la que apacienta las olas los días de
tempestad; la que esta tarde de julio el crepúsculo honrará colgando nubes de
grana por los balcones del mar.”
(Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 16 de julio de 2017, festividad de la Virgen del Carmen, y al día siguiente en VIVA JEREZ)
Fotografía antigua del interior de la Basílica del Carmen de Jerez. |
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