Para los que en estos días aprovechan sus vacaciones en la lectura y los viajes existe una abundante bibliografía de libros de viajes por España. Pero ninguno ha alcanzado el prestigio y la justa fama del Manual para viajeros por España y lectores en casa, publicado por primera vez en Londres en 1845 y cuyo autor fue el escritor romántico Richard Ford.
Bajo el discreto título de Manual se esconde el más completo, más original, más profundo y mejor escrito entre los numerosos libros producidos por los viajeros románticos.
Richard Ford, hombre de cultura extraordinaria y estupendo escritor, además de dibujante, vino a vivir a Sevilla en 1831 para cuidar la salud de su mujer. Instalado en la capital hispalense y en la Alhambra, recorrió a caballo miles de kilómetros por zonas de España completamente apartadas de las rutas habituales de los viajeros románticos. En uno de estos viajes, tras cruzar desde Cádiz al Puerto en vapor y tomar una calesa, pagando por ello un dólar, alcanza nuestra ciudad.
Ford llega a un Jerez que, en pleno siglo XIX, aún seguía estancado en el tiempo, con pocas infraestructuras y escaso desarrollo urbanístico.
Si bien demuestra un perfecto conocimiento de la producción del vino jerezano pocos elogios hace de la ciudad y de sus monumentos, llegando erróneamente a atribuir la fachada del Cabildo Viejo a Berruguete, define a las bodegas como "cobertizos de naves de guerra" en Chatham y califica de "un pésimo churrigueresco" a la antigua Colegiata, despachándose en su crítica hasta el punto de afirmar que "el arquitecto no topó, ni siquiera por casualidad, con una regla acertada ni se, desvió tampoco hacia el sentido común más elemental", algo comprensible conociendo el concepto que sobre el Barroco se tenía en aquella época. Aunque, de todas formas, no gustaría demasiado la ciudad al escritor puesto que la presenta como "mal construida y mal desaguada".
Sin embargo, lo más interesante que nos queda de esta visita de este viajero romántico a Jerez es la descripción sobre el Jerez de entonces, trasladándonos a un Jerez difícilmente reconocible. Richard Ford nos habla de las antiguas posadas, "la de San Dionisio en la Plaza", refiriéndose a la Plaza del Arenal; "La posada de Consolación", donde se hospedaban caleseros y arrieros; y "El Parador" que, al parecer, era el de mejor hospedaje.
De "esculturas mutiladas en la calle Bizcocheros y en la calle Ídolos", se sabe que en esta última calle existían dos estatuas romanas empotradas en la pared pero poco se conoce que también hubiesen estatuas o ídolos en Bizcocheros. En la fecha de su visita ya habían sido derribadas la mayoría de las antiguas puertas de entrada a la ciudad amurallada por lo que menciona que "parte de las murallas y portones originales se ven aún en la ciudad vieja". Sitúa a la población en torno a treinta y dos mil habitantes, sobre una ladera cubierta de viñas. Sobre el Alcázar dice "pertenece al duque de San Lorenzo, a condición de que se lo ceda al rey siempre que se encuentre en Jerez". De la Cartuja señala que "está ahora abandonada y profanada". Habla de viejos viñedos como Macharnudo, el Corrascal, Barbiana alta y baja, Los Tertios, Cruz del Husillo, Añina, San Julián, Mochiele Carraola; de grandes casas como Domecq, Haurie, Pemartín, Gordon, Garvey, Bermúdez y Beigbeder.
Finaliza su paso por la ciudad con una exaltación de "los jereces", de altísima reputación y de una curiosa salida de la población por "La Llanura de Caulina, un terrible páramo, bien abastecido de puentes, que cruzan los muchos arroyos que bajan de las montañas".
En definitiva una curiosa y evocadora radiografía del Jerez del siglo XIX, que nos remonta a unos tiempos que se pierden en la historia.
(Artículo publicado en Información Jerez el 25 de agosto de 2007)
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