martes, 2 de agosto de 2011

LA CASA SEÑORIAL JEREZANA


Comenzamos un mes de Agosto marcado por las vacaciones y los viajes. Dentro de las rutas turísticas una de las visitas que más interesa son las viviendas típicas de cada lugar, especialmente si esas casas llaman la atención por su originalidad. Así son dignas de ver las cuevas del Sacromonte granadino o las de Guadix, las barracas valencianas, los Pazos gallegos o los cortijos andaluces, por citar solo algunos, así mismo causan admiración, en las grandes urbes, sus palacios y mansiones, dado el interés que despierta el rico tesoro que guardan entre sus muros, ofreciendo, además, la oportunidad de contemplar el modelo de vivienda señorial de cada lugar.
            Por irnos a lo más cercano, en Sevilla merece la pena pasar unas horas recorriendo las lujosas dependencias del palacio de los Duques de Medinaceli, más conocido por la mansión de Pilatos, en donde se dan la mano lo árabe con lo renacentista con suntuosas dependencias decoradas por artistas italianos venidos, expresamente, desde Roma o el de la Condesa de Lebrija, en la calle Cuna, auténtico museo de esculturas romanas provenientes de Itálica, ambos son claros exponentes del amplio y prolifero catálogo de palacios sevillanos, y lo más importante, se pueden visitar, pagando su correspondiente entrada, recorrer sus dependencias, y tener conocimiento de su importancia y categoría. Un lujo si a ello le añadimos que estos dos palacios siguen siendo de propiedad privada.

El turista que visite Jerez puede llevarse una grata visión de la ciudad, podrá conocer sus bodegas, su catedral, su alcázar, sus magníficas iglesias, sus museos, espectáculos ecuestre, algún que otro ambiente flamenco; podrá hacer un tour recorriendo su casco antiguo, sus murallas, sus monumentos y sus amplios parques y jardines, pero le será difícil adentrarse en la casa señorial jerezana, tan llena de tesoros y peculiaridades, esas casas que son emblema de una ciudad con empaque.
          Quizás sea el momento, porque los jerezanos lo reclaman, que se unan las administraciones con particulares y busquen las fórmulas idóneas para que la típica casa señorial jerezana no sea un Jerez de complicada visita. Es público cuanta magnificencia encierran palacios como los de Domecq, en la Alameda de Cristina; Campo Real, en la plaza Benavente, magistralmente conservado y todo un ejemplo de hospitalidad,, o el de la Marquesa de la Puebla de los Infantes en calle Lealas 20. Estas tres mansiones son de los pocos palacios de importancia que aún guardan todo su antiguo esplendor en sus aposentos interiores, el resto o han perdido sus grandes riquezas artísticas que atesoraban, o han sido rehabilitadas para otras funciones distintas a sus orígenes o, en el peor de los casos, han desaparecido.

No se puede esperar a que llegue el día, como ha ocurrido en tantas ocasiones, que por cuestiones de herencia todo ese museo doméstico que encierran, salga de estos palacios y lo que era un armónico elenco de piezas de valor, excelentes pinturas, riquísimo mobiliario, espléndidas lámparas y objetos decorativos se desperdiguen o pasen a manos de anticuarios.
          La importancia de estos tesoros ocultos merece que Jerez le preste atención. Si reivindicamos ese trozo de Jerez íntimo tras nobles cortinas, también hemos de valorar el esfuerzo de sus propietarios en mantenerlos, porque también esa riqueza señorial forma parte de su historia familiar y de su ser jerezano, porque ya es hora de que los ciudadanos de esta tierra sepamos poner en valor, con nuestra contemplación, lo que otros jerezanos han sabido acuñar a través de los años, porque existen fórmulas para que nadie salga perjudicado en esta atractiva empresa, y porque conservando, valorando y apoyando, con el esfuerzo común, lo que desde siempre hemos denominado como la casa señorial jerezana ganaremos todos y, en especial, la imagen de Jerez.

           (Artículo publicado en Información Jerez el 30 de julio de 2005)

Vista del palacio Domecq desde las alturas en una panorámica donde podemos ver un paisaje urbano bastante cambiado. La Alameda Cristina aún conservaba el palacio de Salobral y el antiguo colegio de La Salle, y las calles Santo Domingo y Zaragoza mantenían toda su estructura bodeguera.



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