Por muchas actividades que organicen los propios ayuntamientos, las ciudades del interior suelen quedarse vacías cuando llega el mes de agosto. Jerez, por su situación privilegiada, siempre ha tendido a marcharse a la costa cuando aprietan los calores veraniegos, pero existe otro Jerez desperdigado que no se limita a las vacaciones, ni al factor humano, me refiero concretamente a ese Jerez artístico y patrimonial que, por distintas circunstancias, se ha visto obligado a salir de su lugar de origen.
Muchos objetos de arte jerezanos de adopción, han cruzado nuestras fronteras para formar parte de museos e iglesias de otras localidades. El ejemplo más conocido es la colección de Zurbaranes, procedente de la Cartuja jerezana, que se encuentran en el museo de Bellas Artes de Cádiz. Otros ejemplos de este Jerez desperdigado es la ánfora árabe originaria, también, de la Cartuja jerezana y expuesta en el Museo Arqueológico nacional de Madrid. Existe una interesante colección de pinturas de Montenegro sobre temas jerezanos en el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla. Dentro del arte sacro, en la iglesia de la Aurora de Grazalema podemos contemplar la grandiosa Inmaculada que durante años presidió el altar mayor de la parroquia de San Pedro. En Villaluenga del Rosario se encuentra la Virgen que el escultor Sánchez Cid hizo para la Hermandad de la Coronación jerezana en la década de los treinta del pasado siglo. En Arcos está la primitiva Virgen de la Esperanza de San Francisco y el caso más desafortunado, el más claro ejemplo del Jerez desperdigado, se da en el antiguo Baldaquino de nuestra catedral, una obra en mármol del arquitecto jerezano Francisco Hernández Rubio que, tras su venta, permanece desmontado en las Bodegas Osborne del Puerto de Santa María.
Aquí en Jerez han nacido muchas obras de arte que forman parte de colecciones tanto particulares como públicas repartidas no sólo por pueblos y ciudades cercanas sino también por el mundo entero. Retablos de Andrés Benítez, imágenes de Camacho de Mendoza o de Francisco Pinto; de la etapa jerezana de José de Arce, Diego Roldán o Jacome Baccaro; Ramón Chaveli y Ortega Bru; pinturas de Rodríguez de Losada, del Tahonero (con una buena colección de retratos en Cádiz) , Luis Sevil, Álvarez Algeciras ,Juan Comba, Sánchez Barbudo, Gallego Arnosa, Nicolás Soro, González Agreda, González Ragel, Teodoro Miciano, Padilla, Vicente Chamorro o Muñoz Cebrián; podemos encontrarnos en cualquiera de nuestros viajes o en muchos domicilios particulares de fuera de Jerez. Son, acreditadas obras jerezanas, porque nacieron del genio de sus autores bajo el cielo y el duende de esta tierra.
Todo ello es la contribución artística de una ciudad a la cultura y a la riqueza patrimonial de un país, algo que nos debe de llenar de orgullo por cuanto significa de prestigio tanta producción artística que siendo jerezana se encuentra desperdigada por el mundo como embajadoras de la calidad cultural y el genio de tantos artistas locales.
Las vacaciones son una buena oportunidad para no dejar pasar la ocasión de acercarnos, en nuestros desplazamientos, a comprobar estas piezas de museo que un día nacieron aquí o formaron parte del patrimonio artístico jerezano, y que por las circunstancias del momento son ya fieles testigos de un Jerez artístico disgregado que, aún, mantiene el peso importante de su lugar de origen o de la etapa histórica de la que formo parte dentro del elenco patrimonial local. Por ello, si algún jerezano viaja en estos días a Madrid, Sevilla, Cádiz, Grazalema, Villaluenga o Arcos, o es invitado a residencias donde se guarden, como un tesoro en la diáspora, obras de arte jerezanas, que no deje de pararse unos instantes ante ellas porque quedarán impregnados de ese sentimiento que ya un día captara el profesor Hernández Díaz al llamar a Jerez "emporio del arte”.
(Artículo publicado en Jerez Información el 5 de agosto de 2006)
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