No es este don Francisco el que falleció hace treinta años y del que tan bien hablaban, la mayoría de los medios de comunicación de entonces y tan malamente los de ahora. Ni va dirigido a quien fue Rey consorte don Francisco de Asís, esposo de Isabel II, víctima de la revolución de 1868, la llamada Gloriosa. Ni al infante don Francisco de Paula, hermano menor de Fernando VII, relacionado con la insurrección carlista del siglo XIX español. Ni a don Francisco Pi y Margall, aquel presidente de la primera república española, por sólo treinta y ocho días, honrado hasta la exageración y resentido por el trato de sus correligionarios. Ni a los alcaldes jerezanos D. Francisco Rivero de la Tixera. D. Francisco Talavera Rubio, D. Francisco Romero Fernández, D. Francisco de Asís Ponce de León, D. Francisco Sánchez Ibera, D. Francisco García Ruiz, D. Francisco Javier López de Carrizosa, D. Francisco Pérez de la Riva, D. Francisco Jiménez de Guinea, Dr. Francisco de Revueltas-Carrillo y Montel, D. Francisco de Paula Velarde Beigbeder, D. Francisco de Paula González y González del Castillo, D. Francisco Álvarez Antón y D. Francisco Germá Alsina.
Ni hace referencia al jerezano D. Francisco Simón Pérez de Grandallana, miembro de la Armada española que tuvo que sofocar, con recio temple, una rebelión surgida abordo de la corbeta Isabel II que estaba bajo su mando y que destinado a Italia, con sus tropas ayudó a restituir la soberanía sobre los Estados Pontificios al Papa Pio IX. Ni tampoco al jerezano D. Francisco de Morla que participó junto con Hernán Cortés en la conquista del nuevo mundo y que halló la muerte intentando proteger a los suyos.
Ni a los jerezanos D. Francisco de Medina y Arteaga y Don Francisco de Vera y Villavicencio que ocuparon en el siglo XIV cargos importantes en la Orden Mercedaria. Ni al padre Francisco de Jerez, fundador del convento Capuchino y del que se dice que fue el primer obispo de Jerez en 1643.
Ni a D. Francisco Pinto, escultor y profesor que más de una vez tuvo que poner orden en su clase por la confianza de sus jóvenes alumnos, ni a D. Francisco Carrasco, buen cofrade y mejor persona que desde su cargo en el Obispado jerezano tuvo que hacer frente a situaciones bastante difíciles, ni a D. Francisco Fernández García-Figueras que desde la presidencia de la Academia de San Dionisio se ve obligado a cambiar el reglamento para una mayor participación de sus miembros.
Me refiero a mi don Francisco de la infancia. Don Francisco era el nombre, que sin motivo que se sepa, mi abuela Consuelo, había puesto a un grueso bastón con mango en forma de bola, lo conocí, toda la vida, en un rincón de la alcoba grande de su casa de la calle Prieta.
En la casa de la abuela nos reuníamos, con frecuencia, los primos, y cuando la algarabía infantil se hacía incontrolable aparecía la abuela con el don Francisco y todos los niños quietos ante la sola presencia del bastón. Nunca sentimos su fuerza porque no hizo falta, ya que don Francisco imponía y había que calmarse, la amenaza de la abuela con su don Francisco en mano era más que suficiente para restablecer el orden alterado.
Algo falla en una monarquía para que se imponga una república, algo falla en una república para que triunfe un golpe militar, algo les falla a los que creen que cualquier régimen militar no tiene su final, algo falla cuando se sublevan las tropas, algo falla cuando se descontrolan los alumnos, algo cuando los concejales mandan más que los alcaldes, algo cuando no se acude a los compromisos. Falla, quizás, no la autoridad sino la madurez humana. Todos los D. Franciscos mencionados, de seguro, tuvieron que acudir a sus particulares métodos, sus don Francisco, para reconducir situaciones.
La abuela no falló al hacer desaparecer, un día, su don Francisco de la casa, no hizo falta preguntarle el motivo, los niños se habían hecho mayores.
(Artículo publicado en Información Jerez el 26 de noviembre de 2005)
Fray Francisco de Jerez, capuchino. Francisco Franco, anterior Jefe del Estado, en su visita a la Basílica del Carmen de Jerez el 7 de mayo de 1943. |
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