En 1835 un liberal progresista llamado Juan Álvarez Mendizábal, por medio de la ley de desamortización, suprime las órdenes religiosas masculinas, salvo aquellas que se dedicaban a la beneficencia, pasando sus propiedades a manos del Estado y, en su mayoría, subastadas, algo que hoy podríamos denominar como un robo en toda regla.
En Jerez, como en el resto de España, todas estas medidas tuvieron una fuerte repercusión, en el aspecto arquitectónico, se perdieron definitivamente para la ciudad. entre otros, los conventos de Belén y Vera-Cruz, y el claustro de San Francisco; y la lglesia se quedó sin los claustros y antiguo convento de Santo Domingo, de la Victoria, de San Agustín y de la Merced, además de múltiples obras de arte.
Muchos de los templos desamortizados volvieron a manos de las congregaciones, pero para otros el daño causado era ya irreparable, ni sus órdenes religiosas volvieron a establecerse en la ciudad, caso de los Agustinos, los Mínimos, los Franciscanos Descalzos o los Trinitarios, ni se pudieron recuperar, en su totalidad, tesoros tan importantes como, por ejemplo, los que poseía la Cartuja de la Defensión.
Hoy no es Mendizábal el que está dejando a los templos vacíos, hoy son otros factores los que están influyendo en que algunas iglesias jerezanas hayan sido desacralizadas. La falta de fieles en zonas concretas de la ciudad, los altos costes de conservación y, en especial, la escasez de vocaciones religiosas, nos viene deparando el cierre de espacios públicos que hasta hace poco eran lugar de oración y culto. En esto hay que valorar la importante labor de las hermandades, haciendo un esfuerzo enorme, ajeno a sus fines, por la conservación del patrimonio eclesial, templos como San Juan de los Caballeros, EI Calvario, La Victoria, San Telmo, Las Angustias, San Lucas, Los Desamparados, San Juan de Letrán, La ermita de Guía, la capilla de la Yedra o incluso San Mateo, formarían parte de las iglesias olvidadas de Jerez si no fuera por las gestiones, el trabajo y la importante labor de mantenimiento de nuestras cofradías.
Los templos son santuarios espirituales y para ello fueron levantados, para la intermediación de Dios con los fieles y los fieles con Dios, esos lugares sagrados han sido testigos de momento cruciales de la historia, acogiendo acontecimientos personales que jamás se olvidarán. Por ello cuando vemos iglesias, como la antigua de la Compañía, magníficamente restaurada, donde tanto legado y vida eclesial dejaron los Jesuitas, hoy rehabilitada para sala de espectáculos; o la que fuese Parroquia de San Enrique, tan significativa para aquella peculiar zona de la ciudad, trasformada en restaurante, o la capilla de las Salesianas de la calle Pedro Alonso, testigo fiel de ilusiones infantiles y preparaciones eucarísticas, convertida en almacén, o el templo de las Siervas, impregnado del recuerdo de aquellas monjas que tanto ayudaron a los más necesitados, como parte de un hotel; y otros más remotos en el tiempo, como la Iglesia de la Caridad, hoy espacio para la disputa política, el beaterio de las Nazarenas, en la esquina de Guadalete con Gaitán, adaptada para salón comedor o la capilla del Santo Cristo, junto a Santo Domingo, actual sede de la oficina de turismo, nos inunda una sensación agridulce, de alegría por cuanto significa de conservación del patrimonio, aunque sea para distinto uso; y de tristeza por la alteración que supone destinar espacios para fines que no fueron creados, un apaño con demasiados condicionantes.
(Artículo publicado en Información Jerez el 18 de junio de 2006. La Sala Compañía, antiguo templo de San Ignacio, cobra protagonismo estos días por distintos actos tanto cofrades como culturales.)
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