Era
un gran reto, había que, en mundo lleno de tantas oscuridades, llenar la ciudad
de la luz que irradia la Madre de Dios y se consiguió. Todo un derroche de arte
y hermosura se puso en la calle, catorce altares itinerantes en honor de la más
bienaventurada de las criaturas.
La ciudad hecha santuario mariano en una
protestación de fe que quedará para la historia. Los cofrades pusimos todo lo
que estaba a nuestro alcance para que quienes se encontraran aquel día con
María se enamoraran de Ella. Desde lo que me toca como Hermano Mayor puedo
decir que se consiguió, lo veía en cada mirada cuando el paso se nos acercaba,
en los rostros de los costaleros cuando esperaban ansiosos su relevo, en los
gestos de felicitación que recibí de Hermanos Mayores y cofrades en general; lo
presentía en los cánticos de alabanza que nos deleitaron durante los traslados,
en el momento cumbre de la Alameda Vieja, en el colofón al recorrido oficial
con aquel guiño al pasado de la marcha que dedicó el maestro Orellana a Nuestra
Madre, precisamente cuando se cumplen 25 años de su composición y que sirvió,
también, como homenaje a cuantos cofrades lauretanos gozan ya de esos Viernes
Santos eternos junto a la Virgen de Loreto. Enamoró la llegada al barrio con
esa calle Antona de Dios llena de cirios, encendidos y perfectamente alineados,
en el crepúsculo de una jornada memorable mientras el “Hija de Sión” nos
elevaba el espíritu. Y por último la recogida solemne, mágica, perfecta,
sublime, sobrecogedora, como el Viernes Santo hasta la explosión de la luz que
había dado sentido a esta procesión extraordinaria.
Y en
el centro de todo Ella con su enorme majestad, con su cara divina, con su porte
de reina, con todo lo inexplicable que le rodea y que le hace ser única,
incomparable, portentosa, Señora de la
Natividad y de una cofradía que la quiere hasta límites insospechados. Una
cofradía que supo estar a la altura de las circunstancias, con la misma
impronta que se planta cada Viernes Santo en la Carrera Oficial, con el mismo
sello que enamora a los paladares exquisitos de Jerez y a todos aquellos que
saben mirar más allá de su sombra. Cortejo clásico, elegante y señorial, trajes
oscuros, ropones y sobrepellices, atuendos de servidores a los pies de la
Señora y atuendos reales de los más exquisitos de la ciudad para la Reina de
los cielos. Una Reina de los cielos que enamoró a Jerez, que fue, una vez más el contrapunto a una
jornada llena de detalles cofrades pero que debía alejarse bastante de una Semana
Santa de muerte y penitencia para convertirse en un estallido de luz por la
gloria que nos vino de la Resurrección.
Las
Hermandades han vuelto a hacer historia, en nuestras retinas quedan tantos
reflejos que difícilmente se nos olvidaran, serán uno de tantos estímulos para
continuar este camino imparable hacia los más altos parajes estéticos y
devocionales. La prueba está superada brillantemente y todo gracias a una Madre
que un día enamoró a unos hijos y hoy sigue enamorando a todo el que se acerca
a Ella con espíritu de servicio y de amor a Dios.
Bendita
sea su pureza y eternamente lo sea, pues ya no solo todo un Dios se recrea en
tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa, Virgen sagrada María, yo, con
mis hermanos, te hemos ofrecido en este día alma, vida y corazón, y te pido con
fervor, no nos dejes, Madre mía, sigue llenándonos de Tu inmenso amor.
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado domingo 28 de abril, ayer en Viva Jerez y días pasados en La Levantá Digital, en El Pertiguero y en la Agenda Lauretana)Año 1952. Primera salida extraordinaria de Nuestra Señora de Loreto en su Soledad con motivo de las Santa Misiones |
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