viernes, 1 de abril de 2011

AL NAZARENO CAIDO

 
     A Antonio y Mª Carmen en tan duros  momentos, con el recuerdo de los buenos ratos que pasamos juntos.
 
      "Se vistió la Corredera con mantillas de azahares que le dio la primavera pero el aire llevaba un cuchillo por Jerez de la Frontera". Fue la noche del Viernes Santo y rememorando aquella letra que, hace ya muchos años cantara el grupo Marisma, tras la mantilla y los azahares de un Jueves Santo luminoso, la noche se cubrió de luto y, muy cerca de la Corredera, en plena Plaza Esteve, un nazareno caía por un cuchillo que recorrió al aire impidiéndole llegar a plaza de San Miguel. "Testigo de su tormento la blanca luna de Nisán, mientras Cristo, a paso lento cruzaba la ciudad". 
 
     La noche del Viernes Santo, con veinte siglos cargada en San Miguel sonó, más triste que nunca, aquel llanto de la doble campanada por un nazareno caído que, como los que viera Miguel de Mañara, cubría su cuerpo, como presentida mortaja, de ruán hábito y de negra cara.  
 
     Lo dejó escrito Julián Pemartín en 1929 y volvió a repetirse en la noche de los grandes silencios en la plaza Esteve mientras el nazareno caído ya no podía incorporarse: "Una figura adelanta - túnica y negro capuz. Va entre cirios y levanta en sus manos una cruz. Le siguen las largas filas de rígidos penitentes; solo se ven las pupilas, hieráticos y silentes. Luego un preludio de luz que es como un presentimiento ¡Y el infinito momento de nuestro Dios en la Cruz!". Pasó la Cofradía mientras el nazareno caído buscaba su sitio en ese otro cortejo de la gloria, mientras soñaba con la luz que renace cada año en la oscuridad de la plaza de San Miguel, mientras dejando atrás una corta vida, ansiaba, en la tarde de un mismo viernes, la voz de un cuadrillero para meter hombro bajo un Cristo, el Cristo, que mirando al Padre también se nos muere. 
 
     El nazareno caído que, con treinta y tres años, iba en busca del Crucifijo con su hábito penitecial, se encontró con El antes de lo esperado ya que fue el Crucifijo el que salió a su encuentro, y allí, desde el cercano templo de San Miguel, se plantó en la plaza Esteve unidos en una misma muerte y en la esperanza de la Resurrección.
 
     La Sevilla eterna que tanto sabe valorar las grandezas de sus cosas, tiene dos recuerdos inmortales unidos al sentimiento cofrade, uno junto al Arco del Postigo y otro en la plaza de la Alfafa, dos enclaves sevillanos que vieron morir a dos hijos de Sevilla enfajados a su más gloriosas tradiciones, dos hombres "de abajo" que dejaron su vida en un día de Semana Santa cuando las ilusiones se acumulan y los gozos se derraman. El azulejo que perpetúa la memoria del costalero fallecido José Portal dice: "Tu fuiste mi redentor y yo fui tu costalero. Yo abajo y tú en el madero, todo por amor" y el de José Carlos Montes: "Cruzó El Postigo hacia el cielo".
 
     Los nazarenos de Jerez tienen una deuda con Nono Merino porque su figura nazarena ha quedado imortalizada para siempre en la plaza Esteve jerezana. "Tu fuiste mi salud y yo tu nazareno, fui abajo y de horquillero, todo por amor". Tener 33 años y vestir el hábito nazareno en la noche que murió Cristo es demasiado importante, por eso los nazarenos de Jerez tenemos ya un referente desde la pasada madrugada y un lugar en la plaza Esteve para la memoria. Como los grandes toreros que han pasado a la historia con la gloria de morir en la plaza, Nono Merino, el nazareno caído de la pasada madrugada, ha marcado un hito en el devenir cofrade jerezano, un anhelo común, un sentimiento compartido, entrar en la vida eterna vestido de nazareno, con una papeleta de sitio eterna como eterno es todo  el que tiene fe y cree porque de él es el reino de los cielos. 
 
      (Articulo publicado en Información Jerez el 10 de abril de 2011. Mañana las Hermandades del Santo Crucifijo de la Salud, Cristo de la Espiración y Ntra. Sra. del Rocío, acogiendo la iniciativa que partió de este articulo, bendicirán una placa en la calle San Miguel en recuerdo del nazareno caído Antonio Merino Mampel) 


Nazareno del Santo Crucifijo en la penumbra de San Miguel.
Foto antigua del genial Eduardo Pereiras Hurtado

      


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