Existe un Jerez artístico y monumental, un Jerez histórico y un Jerez contemporáneo, y, también, un Jerez de leyendas donde se une lo real con lo novelesco, lo documentado con aquello que pasa de padres a hijos.
Cuentan que en la esquina de la calle Zaragoza con la de Santa Rosa, en la zona conocida como las Atarazanas, existió una antigua posada, puede que hasta con su molino interior. Allí pararían los caminantes que llegaban a Jerez y buscaban hospedaje antes de cruzar los antiguos llanos de San Sebastián. De aquel mesón era dueño un judío, descendiente de aquellos otros que un día poblaron la cercana judería jerezana y que, acompañando a sus difuntos, cruzaban aquellos llanos, camino de su cementerio en la vieja Albarizuela.
Cuenta el historiador Antonio Mariscal en su interesante recorrido por las calles del viejo Jerez que la leyenda de este mesón gira en alrededor de su propietario, el cual terminó sus días ajusticiado por la ley, acusado del asesinato del amante de su hija que apareció descuartizado en el fondo de un pozo.
En la misma esquina existe una evocadora casa con su pequeña hornacina barroca, como aquellas otras que poblaran todo el barrio de San Pedro. Hornacinas de este tipo se podían ver en la calle Arcos, haciendo esquina con Morenos y, también, con Fontana, ambas lamentablemente desaparecidas, solo conservándose en el tiempo la situada a la entrada de la calle Matadero, curiosamente también en una antigua posada, y aún quedan algunas como la de la calle Antona de Dios nº 8, más reciente en el tiempo, y la de calle Bizcocheros a modo de templete. Pero fueron muchas más las que adornaban las esquinas y fachadas de las casas jerezanas, la mayoría víctimas de la piqueta por la poca valoración que se ha hecho siempre de ellas.
El archivero Muñoz nos cuenta que en la bella hornacina de la esquina de la calle Zaragoza con Santa Rosa, debió estar o ponerse a principios del siglo XIX la imagen de la santa que dio nombre a la calle y que, por acuerdo municipal de 22 de mayo de 1822 que mandara trasladar a las iglesias a las imágenes de santos existentes en las calles, se quitase de su hornacina. En los últimos años en su lugar figuraba una artística cruz de cerrajería, recuerdo de aquellas otras que proliferaban por el barrio, en especial por la que tan devotamente veneraban los vecinos en la plaza de San Andrés dando nombre a una cercana calle. Esta hermosa cruz que mirando hacia la plaza Aladro, nos recordaba a aquel Jerez de antaño, como temíamos, desapareció sin dejar rastro y nunca más fue repuesta.
Esta casa con tantas reminiscencias histórica está siendo derribada en estos días, parece ser que quedará en pie su sencilla fachada del XVIII y su singular hornacina esquinada, al estar catalogada. Todo lo demás, tras muchos años de abandono y, por consiguiente, de evidente estado de ruina, está siendo derribado para levantar en su lugar un nuevo edificio. Entre sus escombros quizás se vaya, también, parte de aquella leyenda, resquicios de un ayer que nos precedió y que hoy se va derrumbando de la memoria como las viejas vigas apolilladas de aquella posada del judío que un día pasó a la historia por sus pasiones, amores y crímenes. Leyendas de aquella España profunda, tan profunda como el pozo donde apareció aquel amante ajusticiado y tan profunda como tantas historias que se pierden para siempre cada vez que, a pesar de necesidades técnicas y de la misma evolución de las ciudades, un viejo y deteriorado edificio se convierte en un amasijo de escombros.
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado sábado día 9 de julio de 2011)
En un pasado demasiado reciente las máquinas se han encargado de derribar todo el interior de la antigua posada del judío. |
Eduardo: Los trabajos de tu blog no tienen desperdicio, tanto por su contenido como por la forma magistral con que los tratas. Sería fenomenal verlos algún día recogidos en un libro impreso, el cual enriquecería las bibliotecas de todos los amantes de nuestro Jerez. Enhorabuena, no pares.
ResponderEliminarUn abrazo