Cuando había que esperar hasta el 18 de Julio para pisar la playa, por lo del día de fiesta y lo de la paga, y como mucho más se acudía el día de Santiago, que por aquel entonces, también, era festivo. Cuando llegar hasta Valdelagrana era una odisea por el mal estado de la carretera del Puerto, la peligrosidad de la cuesta y curva del chorizo, donde las canteras de la Sierra de San Cristóbal imposibilitaba su visibilidad. Cuando las mareas se apreciaban desde el puente de San Alejandro, con aquellas pintorescas barcas recostadas sobre los muros traseros de los bodegones que hacían frente al portuence convento del Espíritu Santo. Cuando Valdelagrana comenzaba en el espigón y llegaba poco más de la recién inaugurada Avenida 25 años de Paz, y tenía aún casetas de madera, algunas hasta con agua y sombrajos de caños en su delantera. Cuando no existían tantos bloques a pie de playa solo vegetación, y mucha arena, el veraneo era otra cosa.
Cuando todo esto ocurría, mediados de los felices sesenta del pasado siglo, muchos nos conformábamos con veranear en los patios. Allí hacíamos nuestro particular campamento de verano, entre los recordados muñecos Madelmán, los primeros con sus piernas acabadas en punta para encajar las botas, los balones de goma, los juegos de los buenos y los malos, de los Sheriff y los indios, coleccionando estampas de los álbunes de Vida y Color, rellenando los cuadernos Rubio y deseando que llegaran los fines de semana para poder pasear con las clásicas bicicletas Orbeas,ya que poco podían circular por el patio porque rompían las macetas. Era un veraneo de abanicos, del búcaro fresquito con su plato debajo y su pañito de croché en el pitorro, de idas y venidas de golondrinas abasteciendo de comida a sus crías y revoloteando entre las viejas vigas de las galerías interiores, veranos de baldeos con cubos dando brillo al enlozado blanco y negro y proporcionando un frescor mañanero inigualable. Veranos de camisetas de tirantas blancas con boquetitos, desde el desayuno hasta la caída de la noche, de las primeras chanclas "del dedo", el mejor invento de los chinos, esas chanclas que están tan de modas y que lo mismo se utilizan en su modalidad deportiva para ir a la playa como en su diseño más de vestir para salir de copas, que lo mismo las usan los nadadores que el Príncipe de Asturias en sus paseos por Mallorca.
De las chanclas y las distintas modalidades de sandalias dice "El Yuyu de Cádiz" que son para personas nobles, para personas santas y pacíficas ¿o acaso los apóstoles llevaban náuticos o botas de Valverde del Camino?.Aquellas primeras chanclas significaron una premonición de los nuevos tiempos de apertura, ya los hombres no tenían porqué remangarse las mangas para paliar el calor, ni utilizar zapatos de rejillas para que los pies respiraran, llegaron las sandalias y las chanclas, primero para los patios y después para la calle, los polos y los colores vivos. Tiempos de veraneo en el patio, con hamacas de madera y lona que después se llevaban a la playa, de flequillos "a lo Marcelino", de higos chumbos tras el almuerzo, de heladeros por la calle, de siesta a la sombra de una persiana de madera y de noches de reunión de amigos, con las sillas del comedor y los tintos con Casera en medio del patio.
El veraneo en el patio era de auténtica desaceleración, no por la crisis económica porque entonces no existía, y si había se le prestaba poca atención, sino por la tranquilidad que suponía, una vez que caía la tarde y los calores del verano se apaciguaban, salir al patio y con la tranquilidad que dá una sola bombilla, el brillo de las hojas verdes de las plantas y una buena conversación con los familiares y amigos, sentir verdaderamente el descanso estival. Aquello, para algunos fue un auténtico veraneo, tranquilo, familiar y además de lo más barato.
(Artículo publicado en Información Jerez el 19 de julio de 2008)
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