A LA MEMORIA DE MI PADRE, EN LA FESTIVIDAD DE SAN EDUARDO REY
De bien nacido, es ser agradecido, por ello desde mi doble condición de hermano mayor, hermano mayor de una familia, mi familia" que acaba de perder a su padre y de una familia la que formamos todos los cofrades de Loreto, que acabamos de perder a nuestro padre espiritual, quiero desde estas líneas dejar patente el más sincero de los agradecimientos a cuantos nos han manifestado sus condolencias por tan irreparables pérdidas, pero una especial gratitud, a ellos, a quienes nos dejaron tras una vida de dedicación a su familia, por un lado, y al apostolado por otro.
Para cualquier persona las enseñanzas de su familia marca su futuro, pero si además, estas se basan en valores cristianos del respeto, la educación, el amor entre hermanos, y cuantas otros nos inculcaron nuestros mayores, padres, abuelos y educadores en la fe, las bases para una auténtica formación en valores está asegurada y si a todo ello se le une ese carácter de fraternidad y religiosidad que desde siempre ha caracterizada a aquel que, se define par condición, por testimonio y por vocación, como cofrade, se puede decir que es muy difícil que alguien con estos principios caiga en caminos equivocados.
No considero hacer un recuerdo de cuanto en Io personal han significado estos dos padres, pero sí creo necesario dejar para la historia la faceta cofrade.
Mi padre, Eduardo Velo Cardoso, nació, en una familia cristiana y profundamente devota de la Virgen del Carmen pero sin vinculación cofrade, aunque el primo Pepe, José Velo Fernández de Córdoba había participado activamente en la creación de la Hermandad de la Yedra. Sus comienzos cofrades fueron con tan solo seis años cuando vistió la túnica de la Hermandad del que siempre seria su barrio, la de la Coronación. Posteriormente, en su juventud se sintió atraído por la belleza y espectacularidad de la Hermandad de la Soledad, ingresando en sus filas de la mano de su buen amigo y entonces Hermano Mayor Manuel Bohórquez Vegazo, viviendo momentos importantes para la Hermandad como el estreno del impresionante misterio del Sagrado Descendimiento. Sin vestir la túnica nazarena nunca faltaba, en aquella época, a las recogida de la Soledad, incluso ya de casado, tras la entrada de Loreto, nos dejaba en casa, para poder disfrutar de aquellas históricas recogidas.
Quiso la Divina Providencia que un Miércoles Santo, en plena calle Larga y tras dejar pasar el palio del Desamparo, en la acera de enfrente, conociera a la que sería su mujer y la madre de sus cuatro hijos, y quiso, también la Divina Providencia, que aquella mujer, devota de Jesús Nazareno, a cuyos pies depositó su ramo de novia, llevara sentimiento cofrade por sus venas, con noches de madrugada santa, cargadas de túnicas de negro ruán, y con miradas de su padre, mi abuelo, Diego García Rendón, tras el soberbio Simpecado que bordara Carrasquilla para esa loable Hermandad del Santo Crucifijo. Un Crucifijo que llenaba de espiritualidad aquel domicilio de la calle Gaitán que tanto tuvo que frecuentar en sus noches de ronda.
Y portó túnica morada cuando su celo paternal le obligaba a proteger a aquellos niños suyos que por primera vez vestían el hábito nazareno de una Hermandad de Loreto que es parte inquebrantable de la familia. Y vivió cultos, comidas de Hermandad, ofrenda de flores, penas y alegrías, siempre acompañando a mi madre en su desmedido amor por la Reina de San Pedro.
Hoy cuando sus hijos, en su afán de servicio, están o han ocupado cargos de responsabilidad en las Hermandades, de los cuatro hermanos tres tenemos o hemos tenido el alto honor de ser Hermano Mayor a Teniente Hermano Mayor, cuando todo este servicio no nace de la nada sino de unas enseñanzas y de unos principios heredados, cuando hoy recibirnos tantas condolencias del mundo cofrade es porque€ hubo unos artífices, que hicieron posible que en la familia cristiana naciera esa vocación cofrade que tan necesaria es para mantener nuestra peculiar honra a Dios.
Y otra familia con vocación de servicio, €es la de nuestro recién fallecido D. Fernando Rueda, dos sacerdotes y una religiosa y el resto buenos hermanos, con la importante labor de Miguel al frente de la Hermandad de Donantes de Sangre.
D. Fernando fue el auténtico Director Espiritual padre, que intenta contentar a todos, que no ve a su familia perfecta mientras existan disgustos, que no quiere que se pierda la autoridad para no caer en el descontrol, que deseaba que todos estuviesen en casa, en la Parroquia, como si cada uno no tuviesen sus obligaciones. Don Femando fue nuestro Director Espiritual que lo mismo nos defendía ante quien fuera cuando había que asumir retos importantes, que nos reprimía públicamente en el más mínimo rebrote de enfados. Don Fernando, como buen padre, siempre ponía a la Madre, con mayúsculas, por delante, siempre fue un defensor a ultranza de la mujer, quería niñas monaguillas, acólitas y hasta deseaba ver una mujer de Hermano Mayor, sacerdote de estampa clásica pero moderno para la liturgia y hasta para las normas de la iglesia, nuestra Hermandad sabe de niños bautizadas sin estar sus padres casados y convivencias de parejas bendecidas por él sin el vínculo del sacramento, porque él sabía que la base de todo era el amor, consideraba a 1os niños de la Hermandad como si fueran sus nietos y no consentía que nadie los bautizara como no fuera él. No consideró el cincuentenario completo sin un día de conversión y caridad fraterna. Quiso la cruz frente a él en cada misa y a Ia Virgen de Loreto en el mejor lugar del templo para venerarla en cada Eucaristía. Loreto, le dejó marcado, y siempre la mentaba en sus homilías.
Nuestro Director Espiritual D. Femando Rueda era un cofrade convencido, sus primeras palabras al llegar a San Pedro fueron "si aquí no existiese una Hermandad habría que fundarla" y, como ya la había, creó la Archicofradía del Sagrado Corazón, donando la imagen mariana titular. Don Fernando fue Director Espiritual hasta su final en la tierra y a las plantas de María de Loreto nos dijo adiós.
Sirvan estas palabras para testimoniar el recuerdo de dos cofrades padres y cristianos que, con sus legados, pusieron todo de su parte para que el grano cayera en tierra fértil y, también, como signo de gratitud a cuantos desde todos los ámbitos de la ciudad se han unido al dolor de mi familia y de toda la familia lauretana por tan sensibles pérdidas.
(Mi padre falleció el 23 de enero de 2005,a los 74 años de edad, el 31 del mismo mes,con la misma edad,, moría el sacerdote D. Fernando Rueda. Pocos días después salió publicado este artículo en el suplemento "Cofrade" de Información Jerez)
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