EN LA FESTIVIDAD DE SAN JOSÉ
Con motivo de la festividad de San José, la Iglesia católica recuerda a los creyentes la importancia de las vocaciones religiosas. Es una jornada en la que los seminarios y, dentro de ellos, los sacerdotes, cobran un protagonismo especial.
Jerez posee un rico elenco de sacerdotes que han dejado huellas tanto por su labor intelectual como caritativa. Desde dignidades como el jerezano cardenal Herrero que murió siendo cardenal arzobispo de Valencia, los también jerezanos, Blas Álvarez de Palma, arzobispo que fue de Granada; Juan Díaz de la Guerra, obispo de Sigüenza; Domingo Canubio, obispo de Segorbe o Rafael Bellido, primer obispo de Jerez que recibiera, en su momento, el nombramiento de Hijo Adoptivo de la ciudad por su extraordinaria labor, especialmente, con los más necesitados; hasta curas populares que se ganaron esa popularidad por su entrega encomiable a los demás.
A la mente de todos vienen nombres como el padre Corona de enormes virtudes humanas y pastorales que le hicieron acreedor del cariño de todo Jerez, en especial de su barrio de Santiago, cuyas familias, muchas de ellas gitanas, sobrevivieron en la posguerra española gracias a la labor entregada de este querido sacerdote. El padre Torres Silva, una vida consagrada a los niños pobres que le hizo merecedor, también, del título de Hijo Adoptivo de Jerez; el padre Luis Bellido, cosido a su templo y a sus gentes de San Dionisio o el padre Anselmo Andrades, que desde su junta del fomento de vocaciones religiosas, regaló a la Iglesia más de treinta v cinco nuevos sacerdotes.
Todos ellos no son más que el ejemplo de tantos sacerdotes que han consagrado su vida al servicio de Dios y de los jerezanos, que han abierto las puertas de su casa o de su parroquia a largas filas de personas humildes a las que nadie atendía, ni siquiera los gobernantes. Esos mismos curas que han solucionado situaciones desesperadas, que han vendido sus propias pertenencias para que otros no pasen necesidades, que han salido de sus casas a altas horas de la noche, sin importarle su edad ni los fríos, para estar presente donde se le reclamaba, para los que su vida no tenía sentido sin ese servicio a su iglesia y a sus hermanos. Curas de urgencias para cuando ya no había dónde acudir, esos curas son los mismos que hoy se ven con extrañeza cuando pasean con una sotana que tanto los dignifica, porque sus mayores así lo hicieron, los mismos curas que ven que en los seminarios hay muchos sitios vacíos, muchos mensajes incomprendidos mientras contemplan a mucha juventud sin rumbo.
Hablan de llamadas en un mundo de ruidos y palabrerías, hablan de compromiso en un mundo de indiferencias, hablan de servicio en una sociedad egoísta. Y todo ello manteniendo su optimismo y sus esperanzas, para poder seguir sirviendo, a pesar de tanto materialismo, de tanto ego-centrismo y de tanto ataque insultante. Sólo hay que ver el último episodio lamentable del oportunista de Extremadura que para hacerse publicidad no tiene más arte que utilizar la mierda, que parece ser que domina muy bien.
Este señor, un tal Montoya, se ha sumado a la moda de lo irrespetuoso para retratar a sacerdotes, escenas sagradas o motivos eucarísticos. Y lo peor de todo, es que, parece ser, que este insulto está subvencionado con dinero público, dinero de todos, católico y no católico, mientras las colas de los comedores benéficos se siguen llenando, y Cáritas, y los curas, atendiendo cientos y cientos de necesidades que deberían cubrir los organismos públicos, porque para eso se les paga.
El otro día un comentarista hacía ver que la grandeza de nuestra nación es que, a diferencia de otras civilizaciones, esas escenas se pueden mostrar libremente sin que el autor corra peligro de muerte, cuando la grandeza de nuestra nación es que se basa en unos principios de respeto y tolerancia que muchos hemos aprendido a base de esos curas de urgencias, aunque nuestra civilización sea cada vez menos civilizada.
(Artículo publicado en Información Jerez el 17 de marzo de 2007)
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