"En los campos de mi Andalucía los campanilleros en la madrugá me despiertan con sus campanillas y con sus guitarras me hacen llorar".
El próximo miércoles, 9 de marzo, es Miércoles de Ceniza, comienza la Cuaresma y el tiempo de vísperas de una nueva Semana Santa. El lunes es el día de Andalucía, de su historia, de su cultura y de sus gente,.
Tiempo de Semana Santa y tiempo de vivencias puramente andaluzas en el preludio de una nueva primavera. Con la llegada de este tiempo de vísperas llegan las noches de costaleros. Noches frias de un invierno que se abre al memorial del gozo, a la propia esencia de Andalucía que, en la soledad de la noche empieza ya a romper los silencios del invierno con sones de campanilleros y gritos de "A esta es", Gente de abajo, preferentemente jóvenes, que no se resisten a renunciar a esa savia andaluza que corre por sus venas, herencia de siglos de una cultura y una religiosidad con la que no pueden los nuevos tiempos.
La Andalucía profunda, la Andalucía que divierte pero que también reza bajo una mesa y unos palos, la Andalucía auténtica que sobrepasa botellones y malos rollos, la Andalucía que tiene quemado a fuego un puñal que hiere el corazón cada Semana Santa. Y todo ello vuelve , año tras año, le pese a quien le pese y moleste a quien moleste cuando en la madrugá nos despiertan los campanilleros. Es la misma Andalucía que reza y que llora, porque le enseñó a rezar los andaluces de siempre, la que que divierte y se divierte, la que hace de la fiesta toda una filosofía de vida. Esa Andalucía rebrota cada Cuaresma bajo una parihuela por obra y gracia de una religiosidad y de una historia de yunques viejos de los que murieron y morirán. Noches de costaleros que despiertan con sus campanillas y hacen llorar porque nos recuerdan, al final de cada jornada, que somos del sur, andaluces a la mayor gloria de Dios.
Unas noches de sones costaleros que nos vuelven a recordar que Andalucía es nuestra tierra, que nos dice que aquí somos así, que nos gusta el mosto en noviembre y mirar el cielo azul, que de aquí fueron nuestros abuelos, se formaron nuestros mayores, aquí nacieron nuestros padres y nacieron nuestros amores; que nos gusta dormir la siesta, el gazpacho y el buen vino, los caballos domados y las charlas de casino; que nos gusta el cante sentido y el baile de cuerpo entero, la guitarra bien templada y los olivares nuevos; que nos gusta los toros serios y los toreros con arte, los buenos banderilleros y las mulillas de arrastre; pero sobre todo nos gustan las romerías, las ermitas de pueblo, las Vírgenes bajo palio y los Cristo Nazarenos, los jardines con geranios, las casas blancas y con tejas, los miradores con arcos y las ventanas con rejas.Que nos gusta nuestra tierra y su Semana Santa porque somos andaluces y nos orgullecemos de ello.
Y todo eso lo tienen que comprender quienes en, estos días, en las calles jerezanas, los sones de campanilleros, se les cuele por las ventanas, o quienes a altas horas de la noche tengan que parar el coche o, de regreso a casa, tengan que guardar cola sin entender siquiera lo que pasa.
Las noches costaleras son parte de nuestras costumbres, tradiciones que no se pueden perder, porque cada golpe de llamador en la parihuela es como un toque de guitarra que nos cimbrea y desgarra.
Que sepan todos que en Andalucía, en esa Andalucía que celebramos orgullosos cada 28 de febrero, las noches costaleras forman parte insustituible del aire del sur, ese aire de los campos de mi Andalucía que despiertan por campanilleros por Cuaresma, y ese, por supuesto, por mucha contaminación que exista, y por mucha globalización que nos quieran imponer, ese aire que respiramos, con olor a cera e incienso, nadie ya nos lo puede quitar.
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado sábado día 26 de febrero de 2011)
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