Cuando Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos de Herodes, unos Magos vinieron de Oriente a Jerusalén preguntando: ¿dónde está el rey de los judíos, que acaba de nacer?, porque hemos visto su estrella y venimos a adorarle.
No eran magos estos reyes en el sentido vulgar de la palabra que los presenta como hombres obradores de portentos, y cuya virtud arranca de un comercio ilícito y secreto con los espíritus. Entre los orientales, especialmente entre los persas, débase tal denominación a cierta clase de hombres extraordinarios en prudencia y sabiduría que ejercía en el pueblo un influjo prepotente, tanto en el orden civil como religioso. Los de Caldease distinguían por una especial competencia en los conocimientos astronómicos v en las remotísimas tradiciones de los pueblos.
Supónese generalmente que fueron tres: sus nombres eran según la tradición: Melchor, Gaspar y Baltasar. Para Beda el Venerable, cada uno sería el representante de las razas primitivas descendiente de Noé, tronco común.
Los pintores y escultores han aceptado la idea y la han estampado en sus obras presentándonos a los Reyes Magos como tipos de los pueblos convertidos, y así pretenden representar a la raza de Sem en Gaspar, a Melchor como el hijo de Jafet, y a Baltasar, de tez negra y brillante, simbolizando a Cam y a sus descendientes.
En Jerez están representados artísticamente en la portada de la Epifanía de nuestra Iglesia Catedral, con un altorrelieve del siglo XVIII del círculo de José de Mendoza y en la sillería del coro que tallara Jácome Vaccaro; en el impresionante conjunto del retablo mayor de San Miguel gracias a la maestría de José de Arce, discípulo del genial Martínez Montañés; y en unas de las pinturas del magnífico retablo mayor de la parroquia de San Marcos, auténtica maravilla del siglo XVI. Espléndidas obras pictóricas representando la adoración de los Reyes Magos, también, podemos encontrarlas en Santo Domingo, en las Agustinas y en la Cartuja, incluso en la esquina del paso del Señor de la Clemencia de la Hermandad de San Benito.
Todas son dignísimas representaciones del misterio de la Epifanía, todas han sabido plasmar con gran solemnidad y majestuosidad el instante en el que unos reyes se inclinan ante el Rey de Reyes, con la categoría y sublimidad que el acontecimiento me-rece.
Hoy la vulgaridad ha llegado, también, hasta nuestros Reyes Magos y vemos representaciones suyas por doquier, sin la más mínima solemnidad y el respeto que, sólo por el hecho de ser portadores de ilusión ya merecen. Se habla de sus representantes sin tener en cuenta que los niños ven la televsión, leen la prensa y escuchan todo lo que se dice a su alrededor. Se muestran coronas que se quitan y se ponen unos a otros, procesos de maquillaciones -afortunadamente cada vez menos- se utilizan los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar para denominar a quienes sin coronas y regalos aún no son nada; y menos mal, que, todavía no ha habido ningún ilustre fabricante que haya inventado un muñeco Rey Mago escalando por un balcón, cuando todos sabemos que los Reyes Magos, precisamente, por ser reyes y magos, no necesitan perder la compostura agarrados a una cuerda.
Hay que devolver a los Reyes Magos el tratamiento y la categoría que siempre han tenido que nos legaron nuestros mayores. Aquella grandeza con la que se inclinaron hace más de dos mil años en Belén, con el arte y la belleza que se muestra en nuestro rico patrimonio, con la misma magia y solemnidad que cada año recorren nuestras calles cada cinco de enero y se postran ante el misterio que se alza frente a Santo Domingo, y con la nobleza y el alto honor de ser las persona que más han hecho por mantener la ilusión de los jerezanos.
Los Reyes de la generosidad, los amigos que nunca fallan, esos Reyes Magos de verdad que nos han llenado hoy la casa de felicidad.
(Artículo publicado en Información Jerez el 6 de enero de 2007)
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