Cuando visitamos nuestros pueblos serranos una de las cosas que mayor atención nos produce es su configuración urbana, en concreto el desnivel de sus calles, cuesta trabajo imaginarse a algunos de nuestros mayores, únicos vecinos que van quedando en estas poblaciones, padres o abuelos, teniendo que recorrer diariamente tan empinados trayectos, sin embargo, a su pesar, son ellos los que dando, una vez más, muestra de su fortaleza, tienen que salvar tan singulares barreras arquitectónicas,
Hay cuestas y cuestas, no es lo mismo la cuesta del Rosario sevillana que la del Socorro de Arcos, la primera apenas se nota y la segunda da sentido a su nombre. En Jerez tenemos cuestas famosas, la de la Alcubilla, la de la Chaparra, la de San Telmo y la de las Piedras, todas ellas hacen honor a su denominación de cuesta como terreno en pendiente, en intramuros son conocidas las de Orbaneja, la de la Encarnación, la del Aire y sobre todo la del Espíritu Santo, la del convento de dominicas que fundara allá por el siglo XVI doña Ana Bernal Dávila, aunque las monjas dueñas del Espíritu Santo ya estaban establecida en esta cuesta desde 1394,primer convento, por tanto, de religiosas de todos los que existen en nuestra ciudad y que, a pesar de haber contado en el año 1752 con 56 monjas, hoy por la falta de vocaciones, se teme por su supervivencia. Soportar el peso de lo que cuesta mantener un cenobio como este, con toda su riqueza histórica, artística y monumental no está al alcance de una reducida comunidad que día a día, con enorme esfuerzo, intenta subir esa cuesta, que le ha deparado estos tiempos desacralizados, para seguir manteniendo este recóndito lugar con el espíritu de oración que le ha marcado durante siglos.
La cuesta del Espíritu Santo no está fuera de la portada que tallara los mismos maestros que levantaron la renacentista fachada de nuestro Cabildo Viejo, sino dentro de este antiguo monasterio donde monjas dominicas se afanan en alcanzar un espíritu santo para todos.
Pero la cuesta más famosa del mundo es, sin lugar a dudas, la cuesta de enero, la del mes que comienza no un día uno sino un siete, la cuesta que nos trae los cultos de la cena, el tríptico de la Coronación, los animalitos haciéndose dueño por un día del Gonzalez Hontoria, los fríos al rostro y sacrificios para poder llegar a su final; una cuesta que cuesta subir, tanto como los arcenses paxa subir la del Socorro o a los hermanos del Cristo de la Viga cuando las obras del reducto catedralicio le obligaron a recogerse por la de la Encarnación de Jerez.
La cuesta de enero no es sólo la cuesta de la escasez económica, es, también, la cuesta de la decepción cuando no ha tocado la lotería, la cuesta de la vuelta a la triste realidad de los colegios, del trabajo, del fin de la cordialidad navideña, del replanteamiento de los problemas aparcados, la cuesta de la vida ordinaria.
La ventaja de esta cuesta es que lo mismo se puede transitar hacia arriba que hacia abajo y si subimos, como nos ocurre con la de la Alcubilla, la de la Chaparra o la de San Telmo, nos encontramos con nuestro interior, con nuestros problemas e ilusiones y si bajamos alcanzamos, como con la Alcubilla, la Chaparra o San Telmo, la cercanía de nuevos horizontes con sus riesgos y esperanzas.
La cuesta de enero nos cuesta según la tomemos y con la fuerza que la emprendamos, para unos es la Puerta de las estrecheces, para otros el momento de las auténticas compras por los reducidos precios, para unos el final de unas fechas tristes y para otros el inicio de la pre-cuaresma, es el comienzo de un nuevo año de vida o un año menos para quienes ven agotar su existencia.
La cuesta de enero tiene sus pros y sus contras, se puede subir o bajar, tiene la pendiente que cada uno le quiera dar, pero lo necesario es que no nos quedemos en medo, que no nos paremos a la mitad porque, cueste lo que cueste, esta cuesta sólo sirve para pasar, tiene varias direcciones pero está prohibido el estacionamiento.
(Artículo publicado en Información Jerez el 14 de enero de 2006)
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